De todos los personajes
de las películas de Disney,
mi favorito es sin duda
Pepito Grillo, de "Pinocho".
Mi escena favorita es la del Hada Azul
cuando dice a Pinocho:
"Deja que tu conciencia sea tu guía".
Pinocho pregunta: "¿qué es conciencia?"
y Pepito Grillo se escandaliza
ante esa pregunta.
"¡¿Qué es conciencia?!
¡¿Qué es conciencia?!
La conciencia es esa débil voz interior
que nadie escucha,
por eso el mundo anda tan mal".
Me encanta cómo Pepito Grillo
está siempre ahí,
con su actitud de estudioso
y gran sentido moral,
cuando a Pinocho se le ocurría
hacer alguna travesura.
Pienso en él como la voz de la verdad.
Siempre me pregunté
por qué me gustaba tanto Pepito Grillo,
y un día de repente caí en la cuenta,
es porque se parecía a mi abuelo.
Mi abuelo era un hombre bueno y cariñoso,
y yo le quería a más no poder.
Pero tenía que compartirlo con el mundo,
se llamaba Roy O. Disney,
y tanto él como su hermano menor,
Walt Disney, venían de una familia humilde
y se criaron en Kansas,
montaron y llevaron una de las empresas
más icónicas del mundo.
Hay dos cosas que recuerdo perfectamente
de cuando iba a Disneyland con mi abuelo.
La primera es que siempre
me advertía seriamente
de que si alguna vez me portaba mal
con los trabajadores,
me esperaría el coco al volver a casa.
Me decía: "esta gente trabaja mucho,
más de lo que puedas imaginar,
y se merecen todo tu respeto".
La otra es que no podía ver
basura tirada en el suelo,
tanto en Disneyland como fuera,
y no agacharse para recogerla.
Decía: "Nadie es más que los demás
para no agacharse a recoger basura".
En la época de mi abuelo,
trabajar en Disneyland
no era un trabajillo sin más.
Los trabajadores tenían expectativas
de tener una casa, formar una familia,
tener acceso a una buena sanidad,
jubilarse sin preocupaciones...
tan solo con su sueldo
del parque de atracciones.
Es cierto que luchó contra los sindicatos
y luchó sin descanso.
Decía que odiaba que le intentaran obligar
a hacer algo que haría voluntariamente.
Pecaba de paternalista, por supuesto,
y a lo mejor hasta de dar gato por liebre.
No era un santo... todos los trabajadores
no recibían un trato justo en la empresa,
es algo bien sabido.
Pero pienso que en el fondo,
sentía un compromiso moral
para con todas las personas
que trabajaban para él.
En realidad no se trataba
de un comportamiento excepcional
en los directivos de su época.
Pero cuando mi abuelo falleció en 1971,
la vida se empezaba a ver con otros ojos,
tanto en EE. UU.
como en el resto del mundo.
A Pepito Grillo le dieron
con la puerta en las narices
el economista Milton Friedman,
entre otros que divulgaron
la primacía de los accionistas.
Y, claro, si uno lo piensa,
son importantes.
Los accionistas son dueños de las empresas
y buscan crecimiento y beneficios,
por lo que ahí reside su prioridad,
en el crecimiento y los beneficios.
Es algo muy lógico...
Pero, por desgracia,
la primacía de los accionistas
pasó de ser una idea a ser la mentalidad.
Luego, esta mentalidad se salió de madre
y llegó a cambiar la manera
en la que las empresas,
o incluso gobiernos,
estaban siendo dirigidos y gestionados.
Al importante artículo de opinión
de Milton Friedman en “New York Times”
le siguieron décadas de organización
y una persuasión grupal orquestada
por activistas pronegocios
mediante un acoso constante
a toda ley y regulación
que en su momento mantuvo al margen
los peores impulsos de los empresarios.
No mucho después,
esta nueva mentalidad se propagó
por todas las escuelas de negocios
y por todos los sectores.
Se buscaban los beneficios a toda costa,
los sindicatos fueron
atados de pies y manos,
se recortaron impuestos,
y, con las mismas tijeras,
también se recortaron las ayudas sociales.
No hace falta que hable de la desigualdad
que conllevó este cambio de rumbo.
Todos nos sabemos la historia de memoria.
En resumen, lo que hacía que un trabajillo
pudiera ser el sustento familiar,
fue arrebatado de las manos
de los trabajadores estadounidenses.
Seguridad laboral, bajas por enfermedad,
días de vacaciones…
todo se esfumó,
a pesar de que los empresarios veían
que sus fortunas no paraban de aumentar
a unos niveles sin precedentes
y que no podrían ni llegar a gastar.
Aunque si fueras el Tío Gilito
podrías cambiarlo por monedas de oro
y nadar en tu fortuna.
Hablemos de algo tabú
pese a ser un Dumbo en una cacharrería,
Sí, estoy criticando
a la empresa que lleva mi apellido.
Sí, creo que Disney podría hacerlo mejor.
Y creo que a la gran mayoría
de las miles de personas extraordinarias
que trabajaban para la Walt Disney Company
les gustaría tanto como a mí
que se hicieran mejor las cosas.
Durante casi un siglo,
Disney ha sacado muchos beneficios
de la idea de que las familias
son algo mágico,
que el amor es importante,
así como la imaginación.
Por eso se te revolvería el estómago
si te cuento que la Cenicienta
podría estar durmiendo en el auto.
Pero, seamos francos,
no se trata solo de Disney.
Hay un problema estructural y sistémico.
Ningún directivo es el único culpable
y ninguna compañía por sí misma
cuenta con los medios para remediarlo.
Los analistas, los expertos,
los políticos, los programas
de las escuelas de negocios
y las normas sociales
moldean la economía moderna.
Disney solo hace lo que los demás
y ni siquiera son los peores.
Si hablara de lo mal que lo pasan
los trabajadores de Amazon,
McDonald’s, Walmart
o tantísimos otros lugares
que ni te sonarán...
no te alarmaría tanto
como si te cuento que el 73 %,
tres de las cuatro personas
que te dedican una sonrisa al verlas,
que te ayudan
a calmar el llanto de tu bebé,
que te pueden estar ayudando
a tener las mejores vacaciones de tu vida,
esas personas no pueden
ganarse el pan con su sueldo.
Se supone que es
el lugar más feliz de la tierra.
Y los trabajadores se sienten orgullosos
de hacerlo por algo más que el dinero.
Un gran objetivo
que tanto mi abuelo como mi tío abuelo
crearon intencionadamente
cuando fundaron un lugar
donde prima la interacción
sobre la transacción.
Ahora bien, sé que hablar de magia
puede hacerte pensar
que se me ha ido la cabeza.
Sé que cuesta imaginar
que algo tan etéreo como el amor
pueda ser la base de una marca
de la magnitud de Disney,
y sé que cuesta imaginar
que algo tan incuantificable
como la obligación moral
juegue algún tipo de papel
a la hora de responder
ante nuestros inversores.
Pero la contabilidad y las finanzas
no lo son todo en el mundo.
Las creencias, la mentalidad...
eso manda en la ética de los negocios.
Y si queremos cambiar la mentalidad
y las creencias predominantes,
vamos a necesitar el superpoder
más importante Disney:
Tendremos que usar la imaginación.
Tendremos que volver
a escuchar la voz de Pepito Grillo.
Eso sí, Pepito Grillo podría
empezar con algo obvio,
como que la avaricia rompe el saco,
que el mundo no se divide
en benefactores y beneficiarios,
y que nadie, jamás de los jamases,
se ha sacado del fango a sí mismo
sin que alguien le echara un cable.
es físicamente imposible.
Pepito podría recordarnos
que todos nuestros trabajadores,
sin ninguna excepción,
nos lleven las cuentas
o nos lleven la comida,
se merecen todo nuestro respeto
y un sueldo que permita vivir dignamente.
Es así de sencillo.
Pepito también se podría preguntar
cómo empleadores y empleados
van a sentir algo de empatía mutua
cuando sus lugares de trabajo
están tan divididos
que parece lo más normal del mundo
que el ejecutivo tenga que tener
el sitio más selecto para aparcar,
comer o hasta para ir al baño.
O que el ejecutivo es más que los demás
como para agacharse a recoger basura.
Somos, en definitiva, la misma especie
y convivimos en el mismo planeta...
Pepito nos podría llegar a preguntar
por nuestros dogmas.
¿Por qué el ejecutivo tiene que cobrar
tanto o más que los demás ejecutivos?
¿No crea esto una dinámica
de competitividad
que infla las cifras
hasta niveles estratosféricos?
Se podría preguntar
si las juntas directivas
cuentan con la información necesaria
si nunca hay trabajadores
en las reuniones.
Se podría preguntar si existe
el concepto de “demasiado dinero”.
O también si podríamos encontrar
un objetivo común entre consumidores,
trabajadores, compañías y comunidades,
para que todos juntos
redefinamos la idea tan preconcebida
que se tiene sobre lo que
deberían buscar las empresas.
Pepito querría que recordáramos
que la gente no trabaja por amor al arte,
que los hombres y mujeres
a cargo de las compañías
moldean activamente una realidad
que tenemos que compartir todos.
Y, como con el cambio climático,
todos somos responsables
de las consecuencias colectivas
de nuestras decisiones
y acciones individuales.
Creo que los ecosistemas
de los negocios más rentables
de la historia de la humanidad
podrían hacerlo mejor.
Creo que podríamos centrarnos
un poco en las cosas positivas,
levantar el pie del acelerador
para que las cosas no pasen tan deprisa.
Me parece que las pérdidas a corto plazo
compensarían sobremanera
con una expansión en el terreno moral,
espiritual y la prosperidad financiera.
Sé que lo dicen los idealistas,
pero es verdad:
No puedes saltarte tus principios.
Sin embargo, no puedes vivir del aire
y tus hijos tampoco.
Sé que, probablemente,
idolatraba demasiado a mi abuelo.
Realizó su trabajo en otra época,
una época que nadie querría revivir
por muchísimas razones.
Sé que muchos directivos
tienen buenas intenciones
y son tan buenas personas
como lo fue mi abuelo,
pero en los tiempos que corren
las expectativas son muy diferentes
y el contexto es mucho más despiadado.
Pero hay buenas noticias.
Las expectativas y el contexto
son algo creado
y por lo tanto también se pueden cambiar.
Podemos aprender mucho
de la integridad con la que mi abuelo
veía su trabajo como directivo.
Tras cada parque de tracciones
y cada animal de peluche
había unos principios
que reinaban sobre lo demás:
Absolutamente todas las personas
merecen respeto y dignidad.
Nadie es más que los demás
para no agacharse a recoger basura.
Y deja a tu conciencia ser tu guía.
Hay cosas peores
que escuchar a Pepito Grillo.
Muchas gracias.