En el centro de Cólquida,
en un jardín encantado,
la piel de un carnero volador místico,
colgada del roble más alto,
es custodiada por un dragón
que nunca duerme.
Jasón tendría que andar con cuidado
para sacarlo del dominio del rey Eetes
y recuperar el trono prometido.
Pero la diplomacia no era
un punto fuerte de los argonautas.
Jasón tendría que afrontar
esta difícil misión en solitario.
O eso pensaba.
Permitiendo que la mayoría
de su desaliñada tripulación descansara,
Jasón se marchó hacia el palacio
con algunos de sus hombres más serenos.
Su primer impulso fue preguntar
al rey por su valiosa posesión.
Pero Eetes se enfureció
por su atrevimiento.
Si este forastero quería su tesoro,
tendría que demostrar su valía
enfrentándose a tres peligrosas misiones.
Las pruebas comenzarían al día siguiente,
y a Jasón lo despidieron para prepararse.
Pero otro miembro de la familia real
también estaba tramando algo.
Gracias a los ánimos de los guardianes
de Jasón en el Monte Olimpo,
Medea, princesa de Cólquida
y sacerdotisa de la diosa y bruja Hecate,
se enamoró del aspirante.
Tenía la intención de proteger a su amado
de las trampas de su padre como fuese.
Tras una noche en vela, Jasón,
pesimista, fue hacia el castillo,
pero fue interceptado.
La princesa lo armó
con extraños frascos y abalorios,
a cambio de que este
le prometiese devoción eterna.
Mientras entre susurros
planeaban su victoria,
el héroe y la princesa quedaron
seducidos el uno por el otro.
Ignorando los planes de su hija,
el rey, seguro de sí mismo, llevó a Jasón
a enfrentarse a su primera misión.
Llevaron al héroe hasta
un gran campo de bueyes
que se interponían
entre el vellocino y él,
y le dijeron que debía arar la tierra
alrededor de los grupos de bueyes.
Una labor sencilla, o eso pensaba Jasón.
Pero Medea había preparado
una pomada a prueba de fuego,
y así él pudo arar los campos
en llamas y salir ileso.
Para la segunda misión,
recibió una caja con dientes de serpiente
para plantar en la tierra quemada.
En cuanto Jasón los esparció, de cada
semilla brotó un guerrero sanguinario.
Irrumpieron a su alrededor,
obstruyéndole el camino,
pero Medea también le había preparado
para esta misión.
Arrojándoles entre medias
una piedra pesada que ella le dio,
los guerreros se dieron la vuelta
mientras la buscaban,
permitiéndole escapar de la pelea.
En la tercera misión,
Jasón por fin se enfrentó cara a cara
al guardián del vellocino.
Esquivando sus garras afiladas
y su aliento abrasador,
Jasón trepó el árbol
y roció una poción con olor dulce
sobre el dragón.
Cuando la melodía del conjuro
de Medea llegó a sus oídos
y la poción cayó sobre sus ojos,
el dragón se sumió en un sueño profundo.
Eufórico, Jasón trepó a la cima
del roble más alto,
donde quitó el vellocino reluciente
de la rama en la que estaba.
Cuando el rey vio al héroe
huyendo a la carrera,
no solo con el vellocino a cuestas
sino también con su hija,
se dio cuenta de que
le habían traicionado.
Furioso, envió un ejército
comandado por su hijo Apsirto
para recuperar el premio robado
y también a su astuta hija.
Sin embargo, todos los actores
de esta historia subestimaron la crueldad
de estos amantes deshonrosos.
Para horror de los dioses, Jasón ejecutó
a Apsirto a sangre fría con su espada.
Entonces Medea le ayudó a esparcir
los trozos del cuerpo por la orilla,
distrayendo así a su afectado padre
mientras los argonautas escapaban.
Mientras Cólquida y quienes les perseguían
se hacían más pequeños,
se hizo un silencio absoluto
a bordo del Argo.
Jasón ahora podía regresar
a Tesalia como vencedor,
pero su terrible acción había mancillado
el honor de su tripulación,
y puso a los dioses en su contra.
Zarandeado por vientos adversos,
la desdichada tripulación se dirigió
a la isla donde vivía Circe la hechicera.
Medea le rogó a su tía
que les absolviera de sus delitos,
pero los actos sangrientos
no se olvidan tan fácilmente,
y los héroes caídos
no son redimidos tan rápido.