¿Soy solo yo,
o hay otras personas aquí
que están un poco decepcionadas
con la democracia?
(Aplausos)
Analicemos algunas cifras.
En todo el mundo,
la participación media
en las elecciones presidenciales
en los últimos 30 años
ha sido solo del 67 %.
Ahora bien, en Europa
la participación media de la gente
en las elecciones parlamentarias de la UE,
es solo del 42 %.
Ahora vayamos a Nueva York,
y veamos cuánta gente votó
en la última elección para alcalde.
Veremos que solo un 24 %
se presentó a votar.
Eso significa que,
si todavía dieran "Friends",
Joey y tal vez Phoebe
se habrían presentado a votar.
(Risas)
Y no se los puede culpar, porque la gente
está cansada de los políticos.
Y está cansada de que otras
personas utilicen esa información
que generaron al comunicarse
con sus amigos y su familia
para mandarles propaganda política.
Pero esto no es algo nuevo.
Hoy en día, la gente usa los "me gusta"
para enviarte propaganda
antes de usar tu código postal,
tu género o tu edad,
porque la idea de enviar propaganda
política es tan vieja como la política.
Y esto es posible
porque la democracia
tiene una vulnerabilidad básica.
Esta es la idea de un representante.
En principio, la democracia es
la capacidad de las personas
de ejercer el poder.
Pero en la práctica, tenemos
que delegar ese poder a un representante
que pueda ejercer ese poder
en nuestro nombre.
Ese representante es un cuello
de botella, o un punto débil.
Es el lugar al que se debe apuntar
si se quiere atacar a la democracia,
porque se puede capturar a la democracia
ya sea capturando al representante
o capturando la manera
en que la gente lo elige.
La gran pregunta es:
¿es el fin de la historia?
¿Es lo mejor que podemos hacer
o, en realidad, hay alternativas?
Algunas personas han pensado
en alternativas
y una de las ideas que da vueltas
es la idea de la democracia directa.
Es la idea de evitar
la intervención de los políticos
y hacer que la gente vote
directamente sobre los asuntos,
que vote las leyes directamente.
Pero esta idea es ingenua
porque hay demasiadas cosas
que deberíamos elegir.
Si miran el 114° Congreso estadounidense
habrán visto que la Cámara
de Representantes
examinó más de 6000 proyectos de ley,
el Senado examinó más de 3000,
y aprobaron más de 300 leyes.
Esas serían las muchas decisiones
que cada persona debería tomar por semana
sobre temas que no son de su conocimiento.
Es decir, hay un gran
problema de distancia cognitiva
si pensamos en la democracia
directa como alternativa viable.
Algunas personas piensan en la idea
de la democracia líquida o delegativa,
en la que se entrega
el poder político a alguien
que pueda dárselo a alguien más,
y, con el tiempo, se crea
una gran red de seguidores
en la que, al final, unas pocas
personas toman las decisiones
en nombre de todos sus seguidores
y los seguidores de estos.
Pero esta idea tampoco
resuelve el problema cognitivo
y, para ser sincero, es bastante similar
a la idea de tener un representante.
Lo que haré hoy es ser
un poco provocativo,
y voy a preguntarles:
¿y si en vez de evitar a los políticos,
tratamos de automatizarlos?
La idea de automatización no es nueva.
Comenzó hace más de 300 años,
cuando tejedores franceses
decidieron automatizar el telar.
El ganador de esa guerra industrial
fue Joseph-Marie Jacquard.
Fue un tejedor y vendedor francés
que combinó el telar con la máquina
de vapor para crear telares autónomos.
Y con esos telares autónomos
logró tener el control.
Ahora podía hacer telas que eran
más complejas y sofisticadas
que las que podían hacer a mano.
Pero además, al ganar
esa guerra industrial,
sentó la base de lo que se convirtió
en el modelo de la automatización.
La manera en que automatizamos
las cosas en los últimos 300 años
siempre ha sido la misma:
primero, identificamos una necesidad,
después creamos una herramienta
para satisfacer esa necesidad,
como el telar, en este caso,
y luego estudiamos cómo la gente
utiliza esa herramienta
para automatizar a ese usuario.
Así pasamos del telar
mecánico al telar autónomo,
y eso nos llevó mil años.
Ahora, solo nos llevó cien años
usar el mismo guion
para automatizar el coche.
La cuestión es que, en esta ocasión,
la automatización es real.
Este es un video que un colega
de Toshiba compartió conmigo
de la fábrica que elabora
unidades de estado sólido.
La fábrica entera es un robot.
No hay humanos en esa fábrica.
Y pronto, los robots dejarán las fábricas
y serán parte de nuestro mundo,
parte de nuestra fuerza laboral.
Lo que hago diariamente en mi trabajo
es crear herramientas que integran
información para países enteros
para que finalmente podamos tener
los cimientos que necesitamos
para un futuro en el que necesitemos
manejar esas máquinas.
Pero hoy no estoy aquí
para hablarles de estas herramientas
que integran información
para los países,
sino para hablarles de otra idea
que puede ayudarnos a usar
inteligencia artificial en la democracia.
Porque las herramientas que hago
están diseñadas para decisiones ejecutivas
y estas decisiones pueden encasillarse
en algún tipo de término de objetividad:
decisiones de inversión pública.
Pero hay decisiones legislativas,
y estas decisiones legislativas
requieren comunicación entre las personas
que tienen distintos puntos de vista,
requieren participación,
debate, deliberación.
Y durante mucho tiempo pensamos
que lo necesario para mejorar
la democracia es más comunicación.
Todas las tecnologías que desarrollamos
en el contexto de la democracia,
ya sea en los periódicos
o en las redes sociales,
trataron de brindarnos más comunicación.
Pero ya hemos caído en esa trampa,
y sabemos que no resuelve el problema.
Porque no es un problema de comunicación,
sino un problema de distancia cognitiva.
Si el problema es cognitivo,
agregar más comunicación
no será la solución.
En cambio, lo que necesitaremos
es tener otras tecnologías
que nos ayuden a manejar
la comunicación que tenemos en exceso.
Piensen en un pequeño avatar,
un agente de software,
un Pepito Grillo digital,
(Risas)
que básicamente puede
responder cosas por ti.
Y si tuviéramos esa tecnología,
podríamos descargar
parte de la comunicación
y ayudar, tal vez, a tomar mejores
decisiones, o a mayor escala.
La cuestión es que la idea
de agentes de software tampoco es nueva.
Ya la usamos todo el tiempo.
Usamos agentes de software
para saber cómo llegar a cierto lugar,
qué música vamos a escuchar
o para recibir sugerencias de los próximos
libros que deberíamos leer.
Hay una idea obvia en el siglo XXI
que fue tan obvia como la idea
de combinar una máquina de vapor
con un telar en la época de Jacquard.
Y esa idea es combinar la democracia
directa con agentes de software.
Imaginen, por un segundo, un mundo
donde, en vez de tener un representante
que los represente a ustedes
y a millones de otras personas,
pueden tener un representante
que solo los represente a Uds.
con sus opiniones políticas diferentes,
esa rara combinación
de libertario y liberal
y tal vez un poco conservador
en algunos asuntos,
y muy progresista en otros.
Hoy en día, los políticos son paquetes,
y están llenos de compromisos.
Pero pueden tener a alguien
que los represente solo a Uds.
si están dispuestos a abandonar la idea
de que ese representante sea un humano.
Si ese representante
es un agente de software,
podríamos tener un senado que tenga
tantos senadores como ciudadanos.
Y esos senadores podrán
leer cada proyecto de ley,
y podrán votar por cada uno de ellos.
Hay una idea obvia, entonces,
que tal vez debamos considerar.
Pero entiendo que en esta época,
esta idea puede ser alarmante.
De hecho, pensar en un robot
que venga del futuro
para ayudarnos a gobernar suena aterrador.
Pero ya lo hemos hecho.
(Risas)
Y de hecho era un buen tipo.
¿Cómo se vería la versión del telar
de Jacquard en esta idea?
Sería un sistema muy simple.
Imaginen un sistema en el que
inician sesión y crean un avatar,
y luego comienzan a entrenar su avatar.
Podemos dotar nuestro avatar
con nuestros hábitos de lectura,
o conectarlo a nuestras redes sociales,
o conectarlo a otra información,
por ejemplo mediante pruebas psicológicas.
Y lo bueno de esto es que no hay engaño.
No proporcionan información para
comunicarse con sus amigos y familia
que luego se utiliza
en un sistema político.
Proporciona información a un sistema
que está diseñado para ser utilizado
para tomar decisiones políticas
en nuestro nombre.
Luego, toma esa información y elige
un algoritmo de entrenamiento,
porque es un mercado abierto
en el que diferentes personas
pueden presentar distintos algoritmos
para predecir cómo votarán, basándose
en la información que proporcionaron.
Y el sistema es abierto.
Nadie controla los algoritmos.
Hay algoritmos que se hacen
más populares y otros no tanto.
Con el tiempo, se puede
auditar el sistema.
Pueden ver cómo funciona su avatar,
y dejarlo en piloto automático si quieren.
Si quieren controlar un poco más,
pueden elegir que les consulte
cuando toma una decisión,
o puede estar entre esas opciones.
Una de las razones por las que
usamos tan poco la democracia
puede ser porque la democracia
tiene una interfaz de usuario muy mala.
Si mejoramos la interfaz
de usuario de la democracia,
podríamos utilizarla más.
Claro, hay muchas
preguntas que pueden surgir.
Por ejemplo, ¿cómo
entrenar a esos avatares?
¿Cómo mantener segura la información?
¿Cómo mantener los sistemas
distribuidos y auditables?
¿Cómo hace mi abuela, que tiene
80 años y no sabe usar internet?
Créanme, las escuché a todas.
Cuando piensan en una idea como esta,
tengan cuidado con los pesimistas
porque suelen tener
un problema para cada solución.
(Risas)
Quiero invitarlos a pensar
en las ideas más grandes.
Las preguntas que acabo
de mostrarles son pequeñas ideas
porque son preguntas
sobre cómo esto no funcionaría.
Las grandes ideas son ideas sobre
qué más podemos hacer con esto
si funcionara.
Y una de esas ideas es:
¿quién redacta las leyes?
Al principio, podíamos hacer
que los avatares que ya tenemos
voten leyes que están redactadas
por los senadores o los políticos
que ya tenemos.
Pero si esto funcionara,
podrían crear un algoritmo
que intente redactar una ley
que obtendría un cierto
porcentaje de aprobación,
y pueden revertir el proceso.
Ahora bien, pueden pensar que es
una idea absurda y no deberíamos hacerlo,
pero no pueden negar
que esta idea solo es posible
en un mundo donde la democracia
directa y los agentes de software
son una forma viable de participación.
Pues bien, ¿cómo empezamos la revolución?
No se empieza esta revolución
con vallas de contención o protestas,
ni exigiendo que nuestros actuales
políticos se cambien por robots.
No funcionará.
Esto es mucho más sencillo,
más lento y mucho más humilde.
Esta revolución empieza
creando sistemas simples
en escuelas de posgrado,
en bibliotecas y en ONG.
Y tratamos de descifrar
todas esas pequeñas preguntas
y esos pequeños problemas
que tendremos que resolver
para hacer esta idea viable,
para hacer de esta idea algo confiable.
Y al crear esos sistemas que permiten
a cientos o miles de personas,
a cien mil personas votar de manera
políticamente no obligatoria,
esta idea irá sumando
confianza, el mundo cambiará,
y quienes ahora son tan pequeños
como mi hija, van a crecer.
Y para cuando mi hija tenga mi edad,
tal vez esta idea que hoy
parece tan absurda
no sea absurda para ella y sus amigos.
Y en ese momento,
estaremos al final de nuestra historia,
pero ellos estarán al comienzo de la suya.
Gracias.
(Aplausos)