He sido trabajador social clínico y psicólogo evolutivo más de 40 años. Y para mí pareció casi natural orientarme hacia profesiones de ayuda. Mis padres me habían enseñado a hacer el bien a otros. Así que centré mi carrera en trabajar con familias en las peores circunstancias: pobreza, enfermedad mental, inmigración, refugiados,... Y en todos estos años he trabajado con optimismo y esperanza. Sin embargo, en los últimos cinco años, mi optimismo y esperanza se han puesto a prueba. Estoy muy decepcionado con la forma en que el gobierno de EE. UU. trata a las familias que vienen a nuestra frontera sur, en busca de asilo político. Padres desesperados que vienen con hijos desde El Salvador, Guatemala y Honduras y que solo buscan la seguridad de sus niños. Huyen de la peor violencia que azota el mundo. Han sido atacados por bandas, asaltados, violados, chantajeados y amenazados. Han encarado a la muerte. Y no pueden ir a la policía porque la policía es cómplice, corrupta e ineficaz. Llegan hasta nuestra frontera y los metemos en centros de detención; prisiones, como su fueran criminales. En 2014 conocí a algunos de los primeros niños en ir a esos centros. Y lloré. Me senté en el auto después de aquello y lloré. Fui testigo de los peores sufrimientos que jamas había conocido y que iban en contra de todo en lo que creía de mi país, el estado de derecho y todo lo que mis padres me enseñaron. La forma en que EE. UU. ha tratado a los inmigrantes que buscan asilo aquí durante estos cinco años está mal, simplemente mal. Hoy, vengo a contarles que los niños en los centros de detención están siendo traumatizados. Y nosotros somos la causa. Nosotros en EE. UU., de hecho los que estamos aquí hoy, no tenemos por qué compartir la misma opinión sobre la inmigración. No estaremos de acuerdo en cómo vamos a encargarnos de aquellos que quieren venir a nuestro país. Sinceramente, no me importa si son republicanos o demócratas, liberales o conservadores. Quiero fronteras seguras. Y también quiero mantener fuera de ellas a los que actúan de mala fe. Quiero seguridad nacional. Y, por supuesto, Uds. tendrán su propia opinión al respecto. Pero creo que coincidimos en que EE. UU. no debería hacer daño. El gobierno, el estado, no debería tomar partido en el sufrimiento infantil. Debería protegerlos sin importar de dónde sean: sus hijos, mis nietos y los hijos de familias que buscan un refugio. Podría contarles una historia tras otra de niños que han sido testigos de las peores violencias del mundo que están ahora en centros detención. Hay dos pequeños que han estado conmigo durante los últimos cincos años. Uno de ellos era Danny. Danny tenía siete años y medio cuando lo conocí en un centro de Karnes City, Texas, en 2014. Estaba ahí con su hermano y su madre y había huido de Honduras. Danny es de los típicos niños a los que amas al instante. Es divertido, inocente, encantador y muy expresivo. Hizo algunos dibujos para mí y uno de ellos era los Revos Locos. Los Revos Locos es el nombre que le dan a las bandas en la ciudad de la que vino. Le dije a Danny: "¿Qué los hace malos, Danny?" Danny me miró perplejo. Osea, su mirada fue como: "¿Eres solo estúpido o es que no tienes ni idea?" (Risas) Se inclinó hacia mí y me susurró: "¿No lo ves? Fuman cigarrillos". (Risas) "Y beben cerveza". Danny sabía, cómo no, lo nocivo de beber y fumar. Entonces, me dijo: "Y llevan pistolas". En una de las imágenes las figuras de Revos Locos disparan a pájaros y a personas. Danny me contó del día en que los Revos Locos mataron a su tío y cómo corrió hasta la granja de su tío solo para encontrarlo muerto y con la cara desfigurada por las balas. Vio cómo los dientes de su tío salían de detrás de la cabeza. Tenía solo seis años. Un tiempo después, uno de los Revos Locos le dio una severa paliza a Danny y fue cuando sus padres dijeron: "O nos vamos o nos matan". Así que se fueron. Pero el padre de Danny tenía una pierna e iba en muletas y no podía lidiar con el difícil terreno. Así que, le dijo a su esposa: "Ve sin mí y llévate a los niños". "Sálvalos". Así que se fueron la madre y los hijos. Danny me contó que miró atrás y le dijo adiós a su padre y miró un par de veces más hasta que perdió de vista a su padre. Durante la detención no había tenido noticias de su padre y es muy posible que los Revos Locos lo hayan matado por intentar huir. No puedo olvidar a Danny. El otro chico era Fernando. Fernando estaba en el mismo centro de detención y tenía, más o menos, la edad de Danny. Fernando me contaba que había estado 24 horas en aislamiento con su madre en el centro. Estuvieron ahí porque su madre había dirigido una huelga de hambre entre las madres de aquel centro y ahora ella sucumbía a las presiones de los guardias que amenazaban y abusaban de Fernando y de su madre. Mientras Fernando y yo hablábamos en una oficina pequeña, su madre irrumpió y dijo: "¡Te están oyendo!" "¡Te están escuchando!" Se tiró de rodillas y comenzó a buscar bajo la mesa y las sillas. Buscó en los enchufes, en las esquinas de la habitación, en el suelo, en el techo, en la lámpara y en la salida del aire buscando cámaras o micrófonos escondidos. Observé a Fernando mientras veía a su madre caer en una espiral de paranoia. Lo miré a los ojos y vi auténtico horror. ¿Quién cuidaría de él si su madre no podía? Eran ellos dos. Solo se tenían el uno al otro. Podría contarles historia tras historia, pero no he olvidado a Fernando. Y sé algo sobre lo que ese tipo de trauma, estrés y adversidad provoca en los niños. Voy a ponerme clínico durante un momento y voy a comportarme como el profesor que soy. El estrés intenso y prolongado, el trauma y las condiciones adversas daña al cerebro que está en desarrollo. Así de simple. Daña tanto las conexiones como la arquitectura. El sistema de respuesta natural al estrés se ve afectado. El factor protector se debilita. Las zonas del cerebro asociadas al conocimiento, a las funciones intelectuales, el sentido de la realidad, la confianza la interacción social y la autorregulación se debilitan. A veces de forma permanente. Eso perjudica el futuro del niño. También sabemos que el estrés reduce el sistema inmunológico, lo que lo hace vulnerable a sufrir infecciones. Enfermedades crónicas como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares se presentarán en la edad adulta y probablemente acortarán sus vidas. Los problemas de salud mental se relacionan con el deterioro físico. He visto a niños en detención sufriendo pesadillas recurrentes e inquietantes, terrores nocturnos, depresión y ansiedad, reacciones disociativas, abatimiento, pensamientos suicidas y trastornos por estrés postraumático. Y sufren una regresión en el comportamiento como le pasó a un chico de 11 años que volvió a mojar la cama después de tantos años. O la niña de ocho que, sucumbiendo a la presión, insistía en que su madre le diera el pecho. Eso es lo que le hace la detención a la infancia. Y se preguntarán: "¿Y qué hacemos?" "¿Qué debería hacer el gobierno?" Bueno, solo soy un profesional de la salud mental, así que lo único que sé es acerca de salud y desarrollo infantil. Pero tengo algunas ideas. Primero, debemos replantearnos la forma de actuar. Debemos cambiar el miedo y la hostilidad por la seguridad y la compasión. Debemos echar abajo los muros, el alambre de espino y las celdas. En vez de una cárcel, o cárceles, debemos crear centros para el proceso de asilo parecidos a los campus, donde los niños y las familias convivan juntos. Podríamos usar viejos moteles, viejos barracones militares y acondicionarlos para que hijos y padres vivan como una familia en un lugar normal y seguro donde los niños corran. En estos centros, pediatras, médicos de familia, dentistas y personal de enfermería examinarían, explorarían, tratarían e inmunizarían a niños; crearían historias clínicas que le serviría al próximo médico. Los trabajadores sociales harían evaluaciones psicológicas y les ofrecerían tratamiento a quienes lo necesitasen. Estos trabajadores harían de nexo entre las familias y los servicios que necesitaran donde quieran que fueran. Y el profesorado enseñaría y haría exámenes a los niños y registraría su aprendizaje para que en la siguiente escuela pudiesen continuar con su educación. Hay mucho más que podemos hacer en estos centros. Mucho más. Y seguramente estén pensando que es imposible. No los culpo. Les diré que hay campos de refugiados en todo el mundo que cobija familias como los que tenemos en los centros de detención y algunos de esos campos lo están haciendo mucho mejor que nosotros. Naciones Unidas tiene informes donde describen campos de refugiados que protegen el desarrollo y salud de los niños. Padres e hijos viven juntos y se unen a las familias mediante casas anexas. A los padres se les da permiso de trabajo para poder ganar dinero, se les da tiques de comida para ir a las tiendas locales. Se junta a las madres para que cocinen sano para sus hijos, y los niños van a la escuela todos los días y aprenden. Después de la escuela, vuelven a casa y montan en bicicleta, salen con amigos, hacen los deberes y exploran el mundo, todo lo esencial para el desarrollo del niño. Podemos hacerlo bien. Tenemos los recursos para ello. Necesitamos la voluntad e insistencia de los estadounidenses de que tratemos a los niños con humanidad. ¿Saben? No puedo olvidar ni a Danny ni a Fernando. Me pregunto dónde están hoy, y rezo porque estén sanos y felices. Son solo dos de los muchos niños que conocí y de los miles que sabemos que han estado en detención. Debería estar triste por lo que les ocurre, pero me siento inspirado. Puede que llore, como ya hice, pero admiro la fuerza de esos niños. Mantienen vivos mi esperanza y mi optimismo por mi trabajo. Y, aunque discrepemos en cómo afrontar la inmigración, deberíamos tratar a los niños con respeto y dignidad. Deberíamos hacerles bien. Y, si lo hacemos, prepararemos a esos niños que se quedan en EE. UU., para ser miembros comprometidos con nuestra sociedad. Y aquellos que vuelvan a sus países, de forma voluntaria o no, estarán preparados para ser los profesores y los líderes de su país. Y espero que esas familias puedan dar testimonio al mundo sobre la bondad y los valores de nuestro país. Pero debemos hacerlo bien. Podemos estar en desacuerdo con respecto a la inmigración, pero espero que estemos de acuerdo en una cosa: que nadie quiere mirar atrás a este momento de nuestra historia, sabiendo que causábamos traumas de por vida a los niños y que no hicimos nada para impedirlo. Esa sería la mayor tragedia de todas. Gracias. (Aplausos)