Cuando salí del ascensor era un caos. Volvía a mi puesto como médica residente en la unidad de trabajo de parto. Y todo lo que podía ver era un enjambre de médicos y enfermeras sobre una paciente en la sala de dilatación y parto. Todos estaban tratando desesperadamente de salvar la vida de una mujer. La paciente estaba en choque. Unas horas antes de que yo llegara había tenido un bebé sano. De pronto había sufrido un colapso, había dejado de responder, y tenía un sangrado uterino abundante. En el momento que llegué a la sala, había varios médicos y enfermeras, y la paciente estaba sin vida. El equipo de resucitación trató de reanimarla, pero, a pesar de todos los esfuerzos, murió. Lo que más recuerdo de ese día fue el llanto desgarrador del padre. Eso me llegó al corazón y al corazón de todos los que estaban en ese piso. Se suponía que sería el día más feliz de su vida; sin embargo, se había transformado en el peor. Desearía poder decir que esta tragedia fue un incidente aislado, pero, lamentablemente, no es el caso. Cada año en los EE. UU. entre 700 y 900 mujeres mueren por causas relacionadas con el embarazo. Lo más terrible de esta historia es que nuestra tasa de mortalidad es mayor que la de todos los otros países de altos ingresos, y son aún peores para las mujeres de color. Nuestra tasa de mortalidad materna aumentó durante la última década, mientras que en otros países disminuyó. ¿Y qué es lo más paradójico? Que gastamos más en la atención médica que cualquier otro país del mundo. Bien, más o menos al mismo tiempo que esta nueva mamá perdió su vida yo me convertí en madre. Y aún con todos mis antecedentes y mi entrenamiento en el área, me sorprendió la poca atención que se prestaba a ofrecer un cuidado materno de buena calidad. Y pensé en lo que eso significaba, no solo para mí sino también para las otras mujeres. Quizá fue porque mi papá era un abogado de derechos civiles, y mis padres tenían conciencia social y demandaban que defendiéramos aquello en lo que creemos. O fue el hecho de que mis padres nacieron en Jamaica, vinieron a EE. UU. y pudieron realizar el sueño americano. O quizá fue mi formación como residente, donde vi de primera mano lo mal que eran tratadas las mujeres de color de bajos ingresos por nuestro sistema de salud. Cualquiera sea la razón, sentí la necesidad de luchar no solo por mí, por todas las mujeres, especialmente aquellas marginalizadas por nuestro sistema de salud Y decidí concentrar mi carrera en mejorar la atención de la salud materna. ¿Qué es lo que está matando a las madres? Enfermedades coronarias, hemorragias, hipertensión –que causa convulsiones y derrames cerebrales–, coágulos e infecciones son algunas de las mayores causas de mortalidad materna en este país. Pero una muerte materna es solo la punta del iceberg. Por cada muerte, más de cien mujeres sufren una complicación grave relacionada con el embarazo y el parto, por lo cual más de 60.000 mujeres por año tienen alguno de estos eventos. Estas complicaciones, llamadas morbilidad materna extrema, van en aumento en EE. UU., y cambian la vida. Se estima que entre un 1,5 y un 2 % de los cuatro millones de partos que ocurren cada día en este país se asocian con uno de estos eventos. Eso es que cada hora, cinco o seis mujeres tienen un coágulo de sangre, una convulsión, un ataque cerebral, reciben una transfusión de sangre, sufren el fallo de algún órgano como una insuficiencia renal, o algún otro evento trágico. Ahora bien, la parte de esta historia que es francamente imperdonable es el hecho que el 60 % de estas muertes y complicaciones graves se cree que son prevenibles. Cuando digo que un 60 % son prevenibles, quiero decir que hay pasos concretos y procedimientos estandarizados que podemos implementar que podrían evitar que estos malos resultados ocurran y salvar la vida de las mujeres. Y eso no requiere una tecnología nueva y extravagante. Solo debemos aplicar lo que sabemos y asegurar que los estándares entre los hospitales sean iguales. Por ejemplo, si durante el parto una mujer tiene la presión muy alta y le damos la medicación correcta contra la hipertensión en el momento oportuno, podemos prevenir un derrame cerebral. Si controlamos adecuadamente la pérdida de sangre durante el parto, podemos detectar una hemorragia más rápidamente y salvarle la vida. En realidad, mañana mismo podríamos bajar las tasas de estas catástrofes, pero esto requiere que valoremos la calidad de la atención que brindamos a las embarazadas antes, durante y después del embarazo. Si elevamos la calidad de la atención para todos al estándar que debería tener, podríamos disminuir mucho más las tasas de estas muertes y complicaciones. Bien, hay buenas noticias. Hay algunas historias exitosas. Algunos lugares han adoptado estos estándares, y esto realmente está haciendo una diferencia. Hace unos años, el Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos unió sus fuerzas con otras organizaciones de salud, investigadores como yo y organizaciones comunitarias. Querían implementar prácticas de atención estándar en hospitales y sistemas de salud a través de todo el país. Y el vehículo que usan es un programa llamado Alianza para la Innovación en la Salud Materna, el programa AIM. Su objetivo es reducir la mortalidad y las graves tasas de morbilidad materna a través de iniciativas de calidad y seguridad en todo el país. El grupo ha desarrollado varios paquetes de seguridad para atacar algunas de las causas de mortalidad materna más prevenibles. El programa AIM tiene actualmente el potencial de llegar a más del 50 % de los partos en EE. UU. ¿Y que es un paquete de seguridad? Prácticas basadas en evidencia, protocolos, procedimientos, medicamentos, equipos y otros elementos para tratar estas afecciones. Tomemos el ejemplo de un paquete contra las hemorragias. En estos casos se necesita un carrito con todo lo que un médico o enfermera podrían necesitar en una emergencia: una línea intravenosa, una máscara de oxígeno, medicamentos, listados y otros equipos. Y también algo para medir la pérdida de sangre: esponjas y compresas. Y, en lugar de calcular a ojo, los doctores y enfermeras recogen estas compresas y esponjas y las miden o usan tecnología moderna para medir con precisión cuánta sangre se ha perdido. El paquete también incluye protocolos de crisis para transfusiones masivas, y entrenamientos y simulacros periódicos. California ha sido un líder en el uso de este tipo de paquetes, y es por esto que este estado ha logrado una reducción del 21 % en muertes por hemorragia en los hospitales que implementaron este paquete durante el primer año. Sin embargo, el uso de estos paquetes en el país es irregular o no existente. Así como el uso de prácticas basadas en evidencia y el énfasis en la seguridad difieren de un hospital a otro, también difiere la calidad de la atención. Y esto ocurre especialmente con las mujeres de color en EE. UU. Las parturientas de color de este país tienen 3 o 4 veces más posibilidad de sufrir una muerte relacionada con el embarazo que las mujeres blancas. Esta estadística es real para todas las parturientas de color de este país, ya sea que hayan nacido en EE. UU. o en otro país. Para muchos, la diferencia en los ingresos causa estas desigualdades pero esto va más allá de la clase social. Una mujer negra con educación universitaria tiene el doble de probabilidades de morir en comparación con una mujer blanca que no haya terminado la escuela secundaria. Y tiene dos o tres veces más probabilidad de sufrir una complicación grave durante el parto. Siempre me enseñaron a pesar que la educación era nuestra salvación, pero en este caso no es verdad. Esta disparidad entre blancos y negros es la mayor disparidad entre todas las medidas de salud perinatales, según los CCPEEU. Y estas desigualdades son aún más pronunciadas en algunas de nuestras ciudades. Por ejemplo, en Nueva York, una mujer negra tiene de 8 a 12 veces más probabilidades de morir de una causa relacionada con el embarazo que una mujer blanca. Creo que muchos de Uds. probablemente conocen la desgarradora historia de la Dra. Shalon Irving, una epidemióloga de los CCPEEU que murió después del parto. Su historia fue publicada en ProPublica y NPR hace menos de un año. Pude escuchar a su madre recientemente en una conferencia. Hizo llorar a todo el público. Sharon era una epidemióloga brillante, dedicada a estudiar las desigualdades raciales y étnicas en la salud. Tenía 36 años, este era su primer bebé, y ella era afroamericana. Shalon había tenido un embarazo complicado, pero tuvo una niña sana y le dieron el alta del hospital. A las tres semanas murió de complicaciones debido a la hipertensión. En esas tres semanas Shalon había sido examinada cuatro o cinco veces por profesionales de la salud. No la escucharon y tampoco reconocieron la gravedad de su estado. La historia de Shalon es una de las muchas sobre las desigualdades raciales y étnicas en los servicios de salud en EE. UU., y hay un reconocimiento creciente de que los determinantes sociales de la salud, tales como el racismo, la pobreza, la educación y las viviendas segregadas contribuyen a esas disparidades. Pero la historia de Shalon destaca una causa subyacente: la calidad de la atención. La falta de estándares en el cuidado post parto. Los médicos la habían visto varias veces durante esas tres semanas, y aun así murió. La calidad de la atención en el sitio del parto es una causa subyacente de desigualdades raciales y étnicas en la mortalidad materna y la morbilidad materna extrema en EE. UU., y es algo que ahora podemos identificar. La investigación de nuestro equipo y de otros ha documentado que, por múltiples razones, las mujeres negras tienden a dar a luz en un grupo de hospitales que tienen peores resultados, tanto para las mujeres negras como para las blancas, independientemente de los factores de riesgo de la paciente Esto es verdad en todo EE. UU., donde tres cuartos de todas las mujeres negras dan a luz en un grupo específico de hospitales, pero menos de un quinto de las mujeres blancas dan a luz en esos mismos hospitales. En Nueva York, el riesgo de tener una complicación potencialmente mortal durante el parto puede ser seis veces mayor en un hospital que en otro. Como era de esperar, es más probable que las mujeres negras den a luz en hospitales con peores resultados. De hecho, las diferencias entre hospitales explican casi la mitad de la disparidad entre blancos y negros. Aunque debemos identificar estos factores sociales si queremos tener un sistema de salud igualitario en este país muchos están profundamente arraigados y resolverlos llevará algún tiempo. Mientras tanto, podemos encargarnos de la calidad de la atención. Proporcionar una atención de calidad en todo el espectro de la salud implica dar acceso a métodos anticonceptivos seguros y fiables durante toda la vida reproductiva de las mujeres. Antes del embarazo significa brindar atención antes de la concepción, para poder manejar las enfermedades crónicas y optimizar la salud. Durante el embarazo significa incluir una atención prenatal y del parto de calidad, de modo que podamos producir mamás y bebés sanos. Y después del embarazo significa incluir la atención post parto y entre embarazos para poder preparar a las mamás para que su próximo bebé sea sano y tengan una vida sana. Y eso puede significar la diferencia entre la vida y la muerte, como ocurrió en el caso de María, que entró al hospital luego de que tuviera la presión arterial alta durante una visita prenatal. María tenía 40 años, y este era su segundo embarazo. Durante su primer embarazo, dos años antes, no se había sentido muy bien durante la últimas semanas de su embarazo, y había tenido algunos episodios de presión alta, pero nadie pareció prestarle atención. Solo decían: "María, no te preocupes, estarás bien. Es tu primer embarazo. Estás un poco nerviosa". Pero esa vez no terminó bien para María. Tuvo una convulsión durante el parto. Bien, esta vez el equipo realmente escuchó. Le hicieron preguntas indagatorias inteligentes. Su doctor la asesoró sobre los signos y síntomas de la preeclampsia y le explicó que, si no se sentía bien, debía venir para que la vieran. Y esta vez María vino, y su médico la envió inmediatamente al hospital. Allí su médico ordenó pruebas urgentes de laboratorio. La conectaron a diferentes monitores y prestaron especial atención a su presión, la frecuencia cardíaca fetal y le dieron medicación intravenosa para prevenir una convulsión. Y cuando su presión era tan alta que la ponía en riesgo de un derrame cerebral los doctores y las enfermeras pasaron a la acción. Le volvieron a tomar la presión más tarde y declararon una emergencia de hipertensión. Le dieron la medicación correcta de acuerdo con el protocolo más reciente. Trabajaron juntos sin problemas como un equipo coordinado y lograron bajarle con éxito la presión sanguínea. Lo que podría haber sido una tragedia se convirtió en una historia exitosa. Sus peligrosos síntomas fueron controlados y María tuvo una niña sana. Y, antes de darle el alta del hospital, su médico la asesoró nuevamente sobre los signos y síntomas de la preeclampsia, la importancia de hacerse controlar la presión, especialmente en la primera semana de postparto, y la educó sobre la salud después del parto y sobre qué debía esperar. Durante las siguientes semanas y meses, María tuvo visitas de seguimiento con su pediatra para que controlara la salud de su niña. Pero, igualmente importante, tuvo visitas continuas con su ginecólogo para controlar su salud, su presión sanguínea y sus precauciones y preocupaciones como madre primeriza. Este es el aspecto de una atención de calidad en el espectro de atención y así debería ser. Si cada embarazada de cada comunidad recibiera este tipo de atención de calidad y diera a luz en sitios que utilicen prácticas de atención estándares, nuestras tasas de mortalidad y morbilidad maternas extremas se desplomarían. Nuestro posicionamiento en el mundo ya no sería una vergüenza. Pero la verdad es que hemos tenido décadas de altos índices, inaceptables, de muerte materna y complicaciones potencialmente mortales durante el parto y décadas de consecuencias devastadoras para las mamás, los bebés y las familias, y no hemos hecho nada. La atención reciente de los medios al mal desempeño con la mortalidad materna ayudó para que la gente comprendiera que la atención materna de calidad está a nuestro alcance. La cuestión es: ¿Estamos listos como sociedad a valorar a las embarazadas de cada comunidad? Por mi parte, hago todo lo que puedo para asegurarnos de que cuando lo hacemos, tengamos las herramientas y la base empírica listas para avanzar. Gracias. (Aplausos)