Todos los días trabajo con un equipo de personas que hacen que lo imposible suceda. Que la cola de una ballena azul asome por la ventana de uno de los edificios más emblemáticos de la Ciudad de Buenos Aires. Que las niñas de mi país quieran ser como Juana Azurduy, una heroína de la independencia latinoamericana. Que en un teatro inmenso caiga nieve sobre chicos y chicas que nunca vieron nevar. Que familias enteras se junten frente a una pantalla para escuchar hablar sobre el número pi, sobre el mito de la caverna de Platón, o sobre la historia del terrorismo de Estado con el mismo interés con el que antes veían un programa de entretenimientos. Cosas que un tiempo atrás hubieran parecido imposibles son transformaciones. En mi oficina del Centro Cultural Kirchner, un espacio dedicado al arte y a la cultura, tengo una ventana. Desde ahí, invito a quienes me visitan a que miren conmigo. Esa ventana, por sus cielos, me hace acordar a la de mi infancia. Yo soy de San Luis. Allí se ven los cielos más azules y las nubes más hermosas. La primera vez que miré no tuve conciencia de eso. Me crié en una casa que, además, era escuela. Una casa-escuela dirigida por mi mamá. Cuando era chica, desde mi ventana, miraba el patio y veía un tobogán. Ese patio, además, era el patio del recreo. Y el tobogán no era solo mío, era el de un montón de chicos y chicas. Si salía al patio y miraba para adentro veía mi casa. Pero también había tizas, juegos, pupitres. Lo que para los demás era un simple pizarrón, para mí era la tarde donde la habíamos colgado. Todo el tiempo observaba un conjunto de acciones sostenidas en su mayoría por mujeres: madres, abuelas, porteras, las mejores administradoras del hacer. Para mí, aprender, jugar, hacer, siempre fue en comunidad. Aunque a una hora del día mi casa-escuela se quedaba sin gente, en ese espacio vacío yo sabía que todo iba a volver a pasar y que al día siguiente mi casa se transformaría en otra cosa gracias al trabajo de todas las personas que hacían posible la escuela. En ese momento no lo sabía. Pero siendo una niña aprendí a mirar la realidad de una manera diferente. Lo comprendí muchos años después cuando me convocaron a pensar, como parte de un proyecto educativo, la construcción de Canal Encuentro. Un canal de televisión público. Gran parte de los que empezamos con el canal no éramos de la capital del país, sino que veníamos de distintas provincias: San Luis, Córdoba, Salta, Misiones. Nuestra mirada venía con nosotros. Con el equipo de Encuentro, en su mayoría mujeres, logramos transformar la televisión educativa a través de esas miradas. Hicimos una pantalla donde cada región pudiera contar su propia historia. Estábamos acostumbrados a ver documentales aburridos, que no nos atrapaban nada, con locutores que no hablaban como argentinos, con imágenes de otros países. En Canal Encuentro empezamos a mostrar la cara de los docentes y las chicas y los chicos que iban a una escuela en Santiago del Estero, o a una escuela rural en Barranqueras, Chaco. O un jardín de infantes en Aluminé, Neuquén. En capítulos de media hora ayudamos a dignificar los oficios. Enseñamos a colocar azulejos. A trabajar en un telar criollo. A instalar llaves térmicas. A diseñar pantalones. Contamos la filosofía con música. La música con Encuentro en el estudio. Y la Ciencia con cercanía. Una nueva forma de hacer y ver televisión estaba naciendo. Nuevos contenidos, nuevas formas. El canal ganó prestigio y reconocimiento del público. En poco tiempo Encuentro logró que la producción audiovisual pública se convirtiera en una herramienta de valoración e inclusión. Mostrando otra imagen posible de esto que somos como nación. Algo se había transformado en la Argentina en la concepción de las políticas públicas y esa transformación también estaba en la televisión. Fueron años de enorme energía, de un gran aprendizaje, de una gran sinergia de trabajo y creación colectiva que nos permitieron producir contenidos de calidad. Gracias a Encuentro pudimos crear otro canal. Esta vez para niñas y niños: PakaPaka. PakaPaka, el poder de la imaginación, fue el resultado del trabajo de muchas personas muy talentosas. Productoras, educadores, contenidistas, guionistas, realizadores, dibujantes, editoras, animadores, trabajadores del Estado. En este proyecto pusimos el foco en tres espacios privilegiados para la transformación: la infancia, la educación y la cultura. Pusimos a las chicas y a los chicos en el centro. El secreto fue que, desde lo público, desde el Estado, y desde un proyecto educativo, trabajamos todos los días produciendo para la inclusión, educando para la igualdad, y brindando acceso a contenidos de calidad. Unos años después toda esa experiencia de trabajo la pude llevar a San Luis. Así nacieron Juana y Pascual, dos personajes animados, mellizos, que hablan como yo, comen sandía igual que yo, duermen la siesta y son amigos de un viento chorrillero que sopla muy fuerte. Desde este proyecto multiplataforma Juana y Pascual lograron que nuestros chicos y chicas, los puntanos, aprendan a partir de su propia experiencia, con los paisajes, la historia, y los cielos que los rodean. Todo esto parecía imposible. La creación a través del arte y la cultura puede lograr una transformación colectiva. No se trata de virtudes personales. Lo que aprendí en la casa-escuela de mi infancia me marcó el camino. Miraba el espacio vacío y sabía que ese espacio se podía volver a transformar. Gracias a esa comunidad de mujeres aprendí que cuando un equipo de personas trabaja con convicción y compromiso lo imposible se vuelve posible. Desde que llegó la pandemia a la Argentina todos los días voy a trabajar al Centro Cultural Kirchner. Ahí donde salía la ballena por la ventana hoy está vacío. Le faltan sus trabajadoras y trabajadores de la cultura, sus visitantes, sus artistas, su comunidad. Miro por esa ventana y veo una ciudad suspendida. En el suspenso vuelvo a mi vida. Repito todo el tiempo la misma acción desde que tengo memoria como si yo misma fuese una cámara. Veo a los que me rodeaban en esa casa, en ese patio, a los y las que tenían que tener un lugar en las producciones que hasta entonces estaban negadas. A quienes formaron equipo conmigo y lo hicieron posible. Mi trabajo es mirar a otros y a otras, ver su potencia, esa chispa que los enciende con la que nos juntamos y desde donde construimos juntos. Este espacio vacío nos presenta una nueva oportunidad, un desafío único para hacer, para crear. Una vez más podemos volver posible lo imposible. Construyamos un futuro repleto de encuentros con nuevas historias contadas con nuestras voces, volvamos a transformar la realidad siendo más libres, más cercanos, más humanos.