Cada dos noches en Japón,
salgo de mi apartamento,
subo una colina por 15 minutos,
y me dirijo a mi gimnasio local,
donde se han instalado
tres mesas de pimpón.
Hay poco espacio,
entonces en cada mesa,
un par de jugadores dan golpes de derecha,
mientras que los otros
dan golpes de revés,
y cada vez que las bolas
chocan en el aire,
todos dicen: "¡Guau!".
Luego, echamos a suertes
los equipos y jugamos dobles.
Pero nunca sé quién acaba ganando,
porque cambiamos de compañeros
cada cinco minutos.
Y todos se esfuerzan mucho
para ganar puntos,
pero nadie lleva cuenta
de las victorias y las derrotas.
Tras alrededor de una hora
de esfuerzo extremo,
les puedo decir sinceramente
que no saber quién ha ganado
se siente como la victoria definitiva.
En Japón, se ha dicho
que se ha establecido un espíritu
competitivo sin la competencia.
Todos saben que, tras la geopolítica,
lo mejor es ver el pimpón.
(Risas)
Las dos potencias mundiales más fuertes
eran feroces enemigos
hasta 1972, cuando un equipo
de pimpón estadounidense
tuvo permiso para visitar
la China comunista.
Y en cuanto los antiguos adversarios
se reunieron alrededor
de unas pequeñas mesas verdes,
cada uno de ellos
podía afirmar una victoria,
y todo el mundo podía
respirar más fácilmente.
El líder de China, Mao Zedong,
escribió un manual de pimpón,
y describió el deporte como
"un arma nuclear espiritual".
Se ha dicho que el único miembro
honorario de toda la vida
de la Asociación de Tenis
de Mesa estadounidense
es el entonces presidente Richard Nixon,
que ayudó a elaborar esta situación
en la que todos ganan
a través de la diplomacia de pimpón.
Pero mucho antes de eso,
la historia del mundo moderno
se contaba mejor
con la pelota blanca de pimpón.
El "pimpón" suena como
un primo de "canción,"
como algo del Oriente,
pero, de hecho, se cree que fue inventado
por británicos de clase alta
en la época victoriana,
que golpeaban corchos de vino
contra paredes de libros después de cenar.
(Risas)
No estoy exagerando.
(Risas)
Y al final de la Primera Guerra Mundial,
el deporte estaba dominado por jugadores
del antiguo Imperio austrohúngaro:
Hungría ganó ocho de los nueve
primeros campeonatos mundiales.
Y los europeos del este
se convirtieron en expertos
en el arte de devolver todo
lo que se golpeaba hacia ellos,
hasta tal punto que casi
paralizaron el deporte.
Durante un partido de pimpón
en Praga en 1936,
se cuenta que el primer punto
duró dos horas y 12 minutos.
¡Solo el primer punto!
Duró más que una película de "Mad Max".
Y según uno de los jugadores, el árbitro
debió retirarse por dolor de cuello
antes de que se terminara el punto.
(Risas)
Ese jugador empezó a devolver
la pelota con la mano izquierda
y dictó jugadas de ajedrez entre golpes.
(Risas)
Claro que muchos espectadores
empezaron a salir,
porque ese punto entero duró
más o menos 12 000 golpes.
Una reunión de emergencia de la Asociación
Internacional del Tenis de Mesa
debió tener lugar entonces y allí,
y pronto se cambiaron las reglas
para que ningún partido pudiera durar
más que 20 minutos.
(Risas)
16 años más tarde, Japón entró en escena,
cuando un relojero poco conocido
llamado Hiroji Satoh
participó en el campeonato mundial
de 1952 en Bombay.
Satoh no era muy grande,
era poco reconocido,
llevaba gafas,
pero estaba armado
con una pala que no tenía picos,
a diferencia de otras palas,
pero estaba cubierta de una espuma
gruesa y esponjosa de caucho.
Y gracias a esta arma secreta silenciosa,
el Satoh poco conocido ganó
una medalla de oro.
Un millón de personas
salieron a las calles de Tokio
para saludarlo a su regreso,
y eso es lo que marcó el resurgimiento
de Japón después de la guerra.
Lo que aprendí durante
mis partidos frecuentes en Japón,
es más lo que se podría llamar
el deporte interior del dominio global,
a veces conocido como la vida.
Nunca jugamos partidos
de individuales en nuestro club,
solo partidos de dobles,
y dado que, como ya les dije, cambiamos
de compañeros cada cinco minutos,
si terminan por perder,
es probable que ganen
seis minutos más tarde.
También decidimos el ganador
después de dos sets,
entonces no suele haber ningún perdedor.
La diplomacia de pimpón.
Siempre recuerdo que al crecer
en Inglaterra como niño,
me enseñaron que el objetivo
de un juego era ganar.
Pero en Japón, fui animado a creer
que el verdadero objetivo de un juego
es asegurarme de que
tantas personas a mi alrededor
como fuera posible
se sintieran como ganadores.
No se trata de altibajos individuales,
sino de ser parte de un coro
regular y estable.
Los jugadores más dotados en nuestro club
se sirven de su talento para transformar
una ventaja de 9-1 para su equipo
en un partido de 9-9 en el que
todos participan muchísimo.
Y mi amigo que hace estos globos muy altos
que los jugadores más pequeños
intentan devolver, sin éxito ...
él gana muchos puntos, pero creo
que se considera perdedor.
En Japón, un partido de pimpón
es igual a un acto de amor.
Aprenden a jugar con alguien,
en vez de contra alguien.
Y lo admito,
al principio, esto me pareció
que quitaba toda la diversión al deporte.
No podía celebrar
después de una tremenda victoria
contra nuestros mejores jugadores,
porque seis minutos más tarde,
con un nuevo compañero,
perdía de nuevo.
Por otro lado,
nunca me sentí desconsolado.
Cuando me fui de Japón
y empecé a jugar individuales
con mi gran rival inglés,
noté que, tras cada derrota,
yo tenía el corazón roto.
Pero tras cada victoria,
tampoco podía dormir,
porque sabía que tenía
solo un camino: el descenso.
Si intentara hacer negocios en Japón,
esto llevaría a una frustración perpetua.
En Japón, a diferencia de otros países,
si el marcador permanece en empate
después de cuatro horas,
un partido de béisbol acaba en empate,
y puesto que la clasificación de la liga
se basa en el porcentaje de victorias,
un equipo con unos empates
puede terminar adelante
de un equipo con más victorias.
Una de las primeras veces que trajeron
a un estadounidense a Japón
para que dirigiera un equipo
de béisbol japonés profesional,
Bobby Valentine, en 1995,
se encargó de un equipo muy mediocre,
lo llevó a que finalizara
en segundo lugar,
y lo despidieron instantáneamente.
¿Por qué?
"Bueno," dijo el portavoz del equipo,
"a causa de su insistencia en ganar".
(Risas)
El Japón oficial puede
parecerse mucho a ese punto
que supuestamente duró
dos horas y 12 minutos,
y jugar para no perder
puede quitar la imaginación,
la audacia y el placer de todo.
Al mismo tiempo,
jugar al pimpón en Japón
me recuerda por qué los coros
se divierten mucho más que los solistas.
En un coro, su único trabajo
es cantar su parte perfectamente,
llegar a sus notas con emoción,
y así poder ayudar a crear
una magnífica armonía
que es mucho más poderosa
que la suma de sus partes.
Sí, cada coro necesita
un director de orquesta,
pero creo que un coro los libera del
simple sentido de un niño de uno u otro.
Se llega a comprender que lo contrario
de ganar no es perder,
es negarse a ver
la situación en su conjunto.
Conforme pasa mi vida,
me alarma mucho que acontecimientos
tarden tantos años
en evaluarse adecuadamente.
Un día, perdí todo lo que poseía,
absolutamente todo, en un incendio.
Pero con el tiempo, llegué a entender
que fue esa pérdida aparente
lo que me permitió vivir en la Tierra
más tranquilamente,
escribir sin notas,
y mudarme a Japón
donde hay ese centro deportivo interior
conocido como la mesa de pimpón.
Por el contrario, una vez encontré
por accidente el trabajo perfecto,
y llegué a entender
que esa felicidad aparente
puede obstaculizar la verdadera alegría
incluso más que la tristeza.
Jugar dobles en Japón
me libera de toda mi ansiedad,
y al final de una tarde,
noto que todos salen en un estado
de deleite más o menos parecido.
Todas las tardes me recuerdan
que no salir adelante
no es lo mismo que quedarse atrás
que no estar lleno de vida
no equivale a estar muerto.
He llegado a comprender por qué
se dice que las universidades chinas
ofrecen diplomas en pimpón,
y por qué investigadores
han afirmado que el pimpón
puede ayudar un poquito
con trastornos mentales leves
e incluso con el autismo.
Pero cuando vea
las Olimpiadas de 2020 en Tokio,
estaré completamente consciente
de que no será posible diferenciar
los ganadores de los perdedores
durante mucho tiempo.
¿Recuerdan ese punto que mencioné
que supuestamente duró
dos horas y 12 minutos?
Uno de los jugadores de ese partido
terminó, seis años más tarde,
en los campos de concentración
de Auschwitz y Dachau.
Pero salió con vida.
¿Por qué?
Sencillamente porque un guardia
en la cámara de gas
lo reconoció de sus días
como jugador de pimpón.
¿Había ganado ese épico partido?
Apenas importaba.
Como recuerdan, mucha gente había salido
antes de que se terminara
el primer punto.
Lo único que le salvó la vida
fue el hecho de que había participado.
La mejor manera de ganar
cualquier partido,
me dice Japón cada dos tardes,
es nunca, nunca pensar en el marcador.
Gracias.
(Aplausos)