Como muchos de ustedes saben
los resultados de la reciente elección
fueron los siguientes:
Hillary Clinton, la candidata demócrata
logró una victoria aplastante
con el 52% de la votación total.
Jill Stein, la candidata
por el Partido Verde,
ocupó un distante
segundo lugar con un 19%.
Donald J. Trump, el candidato republicano,
le pisaba los talones con un 14%;
y el resto de la votación fue compartida
entre los abstencionistas
y Gary Johnson, el candidato libertario.
(Risas)
¿En qué universo paralelo
se supone que vivo?
No vivo en un universo paralelo.
Vivo en el mundo,
y así es cómo el mundo votó.
Así que permítanme retomar
y explicar lo que quiero decir con eso.
En junio de este año,
inicié algo llamado el Voto Global.
Y el Voto Global hace exactamente
lo que dice su nombre.
Por primera vez en la historia,
permite que cualquiera,
en cualquier parte del mundo,
vote en las elecciones de otros países.
¿Por qué haríamos algo así?
¿Cuál es el punto?
Bueno, permítanme mostrarles cómo se ve.
Entran en una página web,
a una muy bonita,
y luego, escogen una elección.
Aquí hay varias que ya hemos cubierto.
Hacemos una al mes aproximadamente.
Aquí pueden ver a Bulgaria, EE. UU.,
al Secretario General
de las Naciones Unidas,
el referéndum del Brexit al final.
Seleccionan la elección que les interesa,
y escogen a los candidatos.
Estos son los candidatos de las recientes
elecciones presidenciales
en la pequeña nación insular
de Santo Tomé y Príncipe,
de 199 000 habitantes,
cercana a la costa oeste de África.
Y luego pueden ver el breve resumen
de cada uno de esos candidatos,
el cual espero realmente
que sea muy neutral,
muy informativo y muy conciso.
Y cuando hayan encontrado
el que les gusta, votan.
Estos fueron los candidatos
en las recientes elecciones
presidenciales de Islandia,
y así es cómo funciona.
Entonces, ¿por qué diablos querrían
votar en las elecciones de otro país?
Bueno, la razón por la cual
no querrían hacerlo,
no se preocupen,
es para no interferir en los procesos
democráticos de otro país.
Ese no es el propósito en absoluto.
De hecho, no se puede,
porque usualmente publico los resultados
después que el electorado
de cada país ya haya votado,
así que no hay forma
de interferir en ese proceso.
Pero lo más importante,
no estoy particularmente interesado
en los asuntos internos de cada país.
Eso no es por lo que estamos votando.
Lo que Donald J. Trump o Hillary Clinton
propongan hacer por los estadounidenses,
francamente no es asunto nuestro.
Eso es algo que únicamente
los estadounidenses pueden decidir.
No, en el Voto Global, solo se considera
un aspecto de ello:
¿Qué van hacer esos líderes
por el resto de nosotros?
Y eso es muy importante porque vivimos,
—seguramente están hartos
de que la gente lo diga—
en un mundo globalizado, hiperconectado,
masivamente interdependiente
donde las decisiones políticas
de la gente de otros países
pueden y tendrán un impacto
en nuestras vidas.
No importa quiénes seamos,
no importa dónde vivamos.
Como las alas de la mariposa,
batiendo en un lado del Pacífico,
que aparentemente pueden
crear un huracán del otro lado,
así es el mundo donde vivimos hoy
y el mundo de la política.
Ya no hay una línea divisoria
entre los asuntos nacionales
y los internacionales.
En cualquier país, por pequeño que sea,
incluso si es Santo Tomé y Príncipe,
podría nacer el próximo Nelson Mandela
o el próximo Stalin.
Podrían contaminar la atmósfera y
los océanos, que nos pertenecen a todos,
o podrían ser responsables
y ayudarnos a todos.
Y sin embargo, el sistema es tan extraño
porque está desfasado
de esta realidad globalizada.
Solo un pequeño número de personas
puede votar por esos líderes,
aunque su impacto es gigantesco
y casi universal.
¿Qué número era?
140 millones de estadounidenses votaron
por el próximo presidente de EE. UU.,
y aún así, como todos sabemos,
dentro de unas pocas semanas,
alguien le entregará los códigos de
lanzamiento nuclear a Donald J. Trump.
Si eso no tiene un impacto
potencial en nosotros,
no sé qué lo tendrá.
Asimismo, en el referéndum
del voto del Brexit
solo unos cuantos millones
de británicos votaron,
pero sea cual fuere
el resultado de la votación,
habría tenido un impacto significativo
en las vidas de decenas y cientos
de millones de personas de todo el mundo.
Pero solo unas cuantas personas
pudieron votar.
¿Qué clase de democracia es esa?
Grandes decisiones que afectan a todos
tomadas por un número de personas
relativamente pequeño.
Y no sé ustedes,
pero no creo que sea muy democrático.
Solo intento aclararlo.
Como les decía, no preguntamos
sobre cosas internas.
De hecho, solo les hago dos preguntas
a todos los candidatos.
Siempre envío las mismas dos preguntas.
Les pregunto, la primera,
si lo eligen: ¿Qué va a hacer
por el resto de nosotros,
por los restantes 7 mil millones
que vivimos en este planeta?
Segunda pregunta:
¿Cuál es su visión del futuro
de su país en el mundo?
¿Qué rol tendría?
A todo candidato le envío estas preguntas.
No todos responden. No me malentiendan.
Creo que si contiendes para convertirte
en el próximo presidente de EE. UU.
quizá estés muy ocupado
la mayor parte del tiempo,
así que no me sorprende que no todos
respondan, pero muchos lo hacen.
Más cada vez.
Algunos hacen más que responder.
Algunos responden
de la forma más entusiasta
y más fascinante que se puedan imaginar.
Quiero referir aquí a Saviour Chishimba,
un candidato en las recientes elecciones
presidenciales de Zambia.
Sus respuestas a estas dos preguntas
fueron básicamente
una disertación de 18 páginas
sobre su visión del papel potencial
de Zambia en el mundo
y en la comunidad internacional.
Lo publiqué en la página web,
para que todos pudieran leerlo.
Saviour ganó el Voto Global,
pero no ganó las elecciones de Zambia.
Así que me pregunto,
¿Qué haré con este extraordinario
grupo de personas?
Tengo aquí gente maravillosa
que ganó el Voto Global.
Por cierto, siempre nos equivocamos.
El que elegimos
nunca es la persona elegida
por el electorado nacional.
Eso debe ser en parte a que siempre
tendemos a elegir a la mujer.
Pero también debe ser un indicio
de que el electorado nacional
todavía piensa a nivel nacional.
Todavía piensan para sus adentros.
Todavía se preguntan:
¿En qué me beneficio yo...?
en lugar de preguntarse hoy,
¿en qué nos beneficiamos nosotros?
Ese es el problema.
Si quieren sugerir algo,
por favor, ahorita no,
pero envíenme un correo
si tienen alguna idea
sobre lo que podemos hacer
con este grupo de gloriosos perdedores.
(Risas)
Tenemos a Saviour Chishimba,
lo mencioné antes,
a Halla Tómasdóttir,
2° lugar en las elecciones
presidenciales de Islandia.
Muchos de ustedes la habrán visto
en su increíble charla en TEDWomen,
hace unas semanas
donde habló de la necesidad
de más mujeres en la política.
Tenemos a Maria das Neves
de Santo Tomé y Príncipe.
Tenemos a Hillary Clinton;
no sé si esté disponible.
Tenemos a Jill Stein.
Y también cubrimos las elecciones
para el próximo Secretario General
de las Naciones Unidas.
Tenemos al exprimer ministro
de Nueva Zelanda,
sería un excelente miembro del equipo.
Quizá esta gente,
el club de los gloriosos perdedores,
pueda viajar por el mundo
a donde haya elecciones,
para recordarle a la gente de la necesidad
en nuestra sociedad moderna
de pensar un poco más hacia afuera
y de pensar en las consecuencias
internacionales.
¿Y ahora qué sigue?
Bueno, obviamente,
el show de Donald y Hillary
es un poco difícil de seguir,
pero vienen más elecciones
muy importantes.
De hecho, parecen multiplicarse.
Está pasando algo en el mundo
y de seguro lo han notado.
Y la siguiente ola de elecciones
es seriamente importante.
En tan solo unos días se repetirán
las elecciones presidenciales austriacas,
con Norbert Hofer como prospecto
a convertirse en lo que se describe
como el primer jefe de Estado
de extrema derecha en Europa
desde la Segunda Guerra mundial.
El próximo año tendremos
a Alemania, Francia,
las elecciones presidenciales en Irán
y una docena más.
No es que se vuelvan menos importantes
sino que se hacen más y más importantes.
Claramente, el Voto Global
no es un proyecto autónomo.
No se vale por sí solo.
Tiene un trasfondo.
Es parte de un proyecto
que empecé en el 2014,
el cual llamo «El País Bueno»
(Good Country).
La idea del País Bueno es muy sencilla.
Es mi simple diagnóstico
de lo que está mal en el mundo
y de cómo podemos arreglarlo.
Ya di a entender
lo que está mal en el mundo.
Básicamente, estamos ante un
número enorme y creciente
de retos globales gigantescos existentes:
el cambio climático,
la violación de derechos humanos,
la migración masiva,
el terrorismo, el caos económico,
la proliferación de armas.
Todos estos problemas que amenazan
con acabarnos son,
por naturaleza, problemas globalizados.
Ningún país tiene la capacidad
de abordarlos por sí mismo.
Y de esta manera, evidentemente
tenemos que cooperar
y colaborar como naciones
para poder solucionar estos problemas.
Es tan evidente
y sin embargo no lo hacemos.
No lo hacemos ni siquiera
con la suficiente frecuencia.
La mayor parte del tiempo,
los países aún insisten en comportarse
como si estuvieran en guerra;
tribus egoístas luchando entre ellas,
como lo hacían antes de que el estado
nacional fuera creado
hace cientos de años.
Y esto tiene que cambiar.
No se requiere un cambio del sistema
político o un cambio de ideología,
sino un cambio cultural.
Todos nosotros tenemos que entender
que pensar solo en nosotros no soluciona
los problemas mundiales.
Tenemos que aprender cómo
cooperar y colaborar mucho más
y competir solo un poco menos.
Si no, las cosas
van a seguir estando mal
y van a empeorar mucho más,
más pronto de lo previsto.
Este cambio solo sucederá
si nosotros, gente ordinaria,
le decimos a nuestros políticos
que las cosas han cambiado.
Tenemos que decirles
que la cultura ha cambiado.
Tenemos que decirles que tienen
un nuevo mandato.
El antiguo mandato era
muy sencillo e individual:
si se tiene poder o autoridad,
se es responsable de su propia gente
y de su pequeño territorio, y ya.
Y si con el fin de hacer
lo mejor para su pueblo,
se le afecta a las demás personas
en el planeta, mejor aún.
Eso es considerado como ser un «macho».
Creo que hoy todos en una posición
de poder y responsabilidad
tiene un doble mandato,
el cual dice, que si se tiene
poder y responsabilidad
se es responsable de su propio pueblo,
y de cada hombre, mujer,
niño y animal en el planeta.
Se es responsable de su propio territorio
y de cada kilómetro cuadrado
en la superficie de la Tierra
y su atmósfera arriba.
Y si no le agrada esa responsabilidad,
no debería estar en el poder.
Para mí esta es la regla de la modernidad
y ese es el mensaje que tenemos
que enviarle a nuestros políticos,
y mostrarles que así se hacen
las cosas hoy en día.
Si no, todo será un caso perdido.
En realidad, no tengo problema
con la ideología de Donald Trump
de «EE.UU. Primero».
Me parece que es
una declaración bastante banal
de lo que los políticos siempre han hecho
y quizá deban hacer.
Por supuesto que la gente los elige
para que representen sus intereses.
Pero lo que encuentro tan
aburrido y tan anticuado
y tan poco innovador en su perspectiva,
es que «EE.UU. Primero» significa
que los demás quedan a lo último,
que hacer grande de nuevo a EE. UU.
es hacer a los demás a menos otra vez,
y eso no es cierto.
Como asesor político
en los últimos 20 años, o más,
he visto cientos de ejemplos de políticas
que armonizan las necesidades
internacionales y nacionales
y hacen una política mejor.
No estoy pidiendo a las naciones
ser altruistas o abnegadas.
Eso sería ridículo.
Ninguna nación lo haría jamás.
Les estoy pidiendo
que despierten y entiendan
que necesitamos una nueva forma
de gobierno, la cual es posible,
que armonice esas dos necesidades,
las buenas para nuestro pueblo
y las buenas para todos los demás.
Desde las elecciones
en EE. UU. y del Brexit
se ha vuelto más y más evidente para mí
que esas viejas distinciones
de izquierda y derecha
ya no tienen sentido.
Realmente no se ajustan al patrón.
Lo que parece importar hoy
es muy simple,
si su visión del mundo es
reconfortarse al vivir en sí mismos
y añorar el pasado,
o si, igual que yo, encuentran esperanza
mirando hacia adelante
y hacia el exterior.
Esa es la nueva política.
Esa es la nueva división que separa
al mundo, justo en el medio.
Eso puede sonar crítico,
pero no es mi intención.
No malinterpreto en absoluto
el porqué mucha gente se siente a gusto
mirando hacia adentro y hacia atrás.
Cuando los tiempos son difíciles
y falta el dinero,
cuando uno se siente
inseguro y vulnerable,
volverse introspectivo es
una tendencia humana natural,
pensar en sus propias necesidades
y descartar las de los demás,
y quizá imaginar que el pasado
de algún modo fue mejor
que el presente o de lo que el futuro
podría ser algún día.
Pero creo que eso es
un callejón sin salida.
La historia nos muestra que lo es.
Si la gente se torna
hacia sí y hacia atrás,
el progreso humano retrocede
y ciertamente las cosas empeoran
para todos muy rápidamente.
Si Uds. son como yo,
y creen en lo que está adelante y afuera,
y creen que lo mejor
de la humanidad es su diversidad,
y lo mejor de la globalización
es la forma en que provoca esa diversidad,
esa mezcla de culturas,
al hacerlas más creativas,
más emocionantes, más productivas
de lo que ha existido antes
en la historia de la humanidad,
entonces, amigos míos,
tenemos trabajo que hacer,
porque la brigada del interior
y del retroceso
están más unidas que nunca,
y esa ideología del interior y retroceso,
ese miedo, esa ansiedad,
que juegan con los más básicos instintos,
está expandiéndose en todo el mundo.
Aquellos que creemos, como lo hago yo,
en lo de adelante y en lo de afuera,
tenemos que organizarnos,
porque el tiempo se agota muy, muy rápido.
Gracias.
(Aplausos)