¡Oh, la humanidad! Ah... la humanidad. Es un tren descarrilado, pero no puedo dejar de mirar. Estamos en 1843 y se está librando un debate entre los médicos sobre una de las causas de mortalidad más habituales en mujeres: la fiebre puerperal. La fiebre puerperal se presenta a los pocos días de dar a luz, y mata a más del 70 % de las infectadas; nadie sabe qué la provoca. El obstetra Charles Meigs tiene una teoría. Tras observar la inflamación abdominal en las pacientes que desarrollan la fiebre, afirma que esta inflamación es la causa de la fiebre puerperal. Gran parte de la comunidad médica apoya su teoría. ¡Oh, vamos! Realmente no me dejan otra opción que enseñarles algo de escepticismo. [El demonio de la razón] Así está mejor. Pues bien, Meigs, su argumento se basa en una falacia: la falacia de la causa falsa. La correlación no implica causalidad: cuando dos fenómenos se producen regularmente a la vez, uno no necesariamente causa el otro. Entonces, usted afirma que las mujeres que sufren inflamación también tienen fiebre puerperal, por lo tanto, la inflamación provoca la fiebre. Pero eso no es necesariamente cierto. Sí, sí, la inflamación ocurre primero, después se produce la fiebre, de modo que parece ser que la inflamación es lo que causa la fiebre. Pero según esta lógica, como a los bebés les sale el pelo antes que los dientes, el crecimiento del pelo es lo que provocaría la salida de los dientes. Y todos sabemos que eso no es cierto, ¿no es así? No responda esa pregunta. Aquí podrían estar ocurriendo dos cosas diferentes: la primera, que es posible que la fiebre y la inflamación estén correlacionadas por pura casualidad. O podría existir una relación causal contraria a la que usted cree: que la fiebre provoque la inflamación, y no al revés. O ambas podrían tener una causa común subyacente en la que usted no pensó. ¿Puedo saber qué cree usted que provoca la inflamación? ¿Nada? ¿Simplemente aparece? ¿En serio? Sígame la corriente un rato mientras debatimos una de las ideas de su colega, el doctor Oliver Wendell Holmes. Lo sé, lo sé, a usted no le gusta su teoría. Ya escribió una carta mordaz al respecto. Pero dejemos que sus alumnos lo sepan, ¿de acuerdo? Holmes advirtió un patrón aquí: cuando una paciente fallece de fiebre puerperal, un médico realiza una autopsia. Si el médico trata a una paciente nueva, esta paciente suele contraer la fiebre. Basándose en esta correlación entre autopsias de víctimas con fiebre y nuevos pacientes con fiebre, Holmes plantea una posible causa. Ya que no existe evidencia de que la autopsia provoque la fiebre, fuera de esta correlación, él no concluye que la autopsia sea la causante de la fiebre. En vez de eso, sugiere que los médicos infectan a los pacientes a través de un contaminante invisible e instrumentos quirúrgicos. Esta idea causa indignación entre la mayoría de los médicos, que se consideran infalibles. Como Meigs aquí, que se niega a tener en cuenta la posibilidad de que esté desempeñando un papel en la situación compleja de sus pacientes. Su argumento defectuoso no deja ninguna vía para investigaciones adicionales, pero Holmes sí lo hace. Estamos en 1847, y el médico Ignaz Semmelweis ha reducido el número de muertes por fiebre puerperal en una clínica, del 12 % al 1 %, al exigir a todo el personal sanitario que se desinfecten las manos tras realizar las autopsias y entre las revisiones a los pacientes. Con esta iniciativa, demostró la naturaleza contagiosa de la fiebre puerperal. ¡Ja! Estamos en 1879, y Louis Pasteur ha identificado el contaminante responsable de muchos casos de fiebre puerperal: la bacteria estreptococo hemolítico. Hmm... mis patatas fritas están frías. Debe ser porque mi helado se derritió.