La masculinidad nos está matando y cómo la podemos detener | Scott Hopkins | TEDxLSSC

En esta charla, el doctor Scott Hopkins analiza las graves y reales consecuencias de la masculinidad tóxica. También introduce la idea del hegemón y comparte maneras que pueden ayudar a combatir su potencial poder destructivo.

Actualmente decano de Artes y Letras en Lake-Sumter State College, el doctor Scott Hopkins obtuvo su doctorado en Escritura en Swinburne University of Technology en 2013, una maestría en Escritura Creativa, también en Swinburne, (2005) y una maestría en Estategia en la Australian National University (2005). Además, se graduó en 2008 en el curso de Comando y Estado Mayor de la Australian Defence Collage. Su tesis utilizó una teoría sociológica de estudios de género y teoría de la homosexualidad, conocida como masculinidades hegemónicas, para analizar las fuerzas que dan forma a los hombres contemporáneos, que incluyen la identidad, la fraternidad y el servicio militar, las relaciones con las mujeres y el papel de la violencia y el poder.

Esta charla es de un evento TEDx, organizado de manera independiente a las conferencias TED. Más información en https://www.ted.com/tedx

Hoy voy a hablar de los hombres
y la masculinidad tóxica,

y de cómo los ideales de la masculinidad
son malos para las realidades del futuro.

Elegí este tema porque mi doctorado
fue sobre el estudio de la masculinidad,

en especial, la manera en la que los niños
aprenden a convertirse en hombres.

Señores, voy a decir
cosas difíciles de afrontar

que su masculinidad
va a rechazar automáticamente.

Eso no significa que esté equivocado.

Es solo que la masculinidad
se esconde muy bien,

sobre todo cuando se la cuestiona,

actuando de manera
normal, natural y adecuada,

lo que Michel Foucault describe
como 'el orden de las cosas'.

Señoras, voy a necesitar su ayuda.

La masculinidad y sus problemas
suelen ser invisibles para los hombres.

Pero Uds. la ven.

(Risas)

Y pueden ayudarlos a cambiar para bien.

Las experiencias de
las mujeres son vitales

para que los hombres reales mejoren.

Y todos sabemos cómo es
un hombre real, ¿no es así?

Fuerte, callado,

viril, valiente.

Es un ganador que se arriesga.

Es rudo y dominante. Toma lo que quiere.

Es un experto sexual.

(Risas)

Las mujeres quieren ser como él.

¡No! ¡Las mujeres lo quieren
y los hombres quieren ser como él!

(Risas)

Han Solo, de 'La guerra de las galaxias',
es un hombre real,

aunque luzca desaliñado.

John Wayne, en 'Hondo',

Clint Eastwood, en 'Harry, el sucio',

y Bruce Willis, en 'Duro de matar',
son hombres reales.

Los hombres reales no lloran,
ni siquiera en el funeral de su padre.

Porque los hombres fuertes
enfrentan los embates de la vida

con una mirada penetrante y fría,

o, cuando los provocan,
con palabras crueles o con los puños.

Según estas definiciones,
yo no soy un hombre real.

No soy viril, ni valiente, ni dominante...

ni un experto sexual.

(Risas)

Y sí lloré en el funeral de mi padre.

Al menos eso creo. Terminé
muy borracho y no lo recuerdo.

(Risas)

Pero ser un hombre real
es malo para la salud.

Un metaanálisis de 2016
con 19 000 participantes

descubrió que los hombres reales
tienen tasas más elevadas de estrés,

depresión y consumo de drogas.

En general, mueren
cinco años antes que las mujeres

y 7 de cada 10 hombres
y chicos se suicidan.

Señores, ¡nuestra masculinidad
literalmente nos está matando!

La masculinidad actual es tóxica.

Les daré ejemplos de masculinidad tóxica
sacados de los titulares de las noticias.

El borracho que sacude a su hijito
hasta matarlo porque llora.

El hombre que, en un ataque
de furia, viola a la mujer

que rechazó sus insinuaciones
sexuales al final de la cita.

O aquel que manosea
a su compañera de trabajo,

tocándole los senos o el trasero,

o que le envía 74 mensajes
de texto en un solo día,

de los cuales 11
son imágenes de su pene.

La masculinidad tóxica
se manifiesta en insultos homofóbicos

en el chat de Call of Duty
o en el campo de fútbol,

y minimiza a otros hombres
con insultos como 'gay' o 'marica'.

La masculinidad tóxica se manifiesta
en la frase 'Así son los chicos',

porque los chicos solo se comportan
de la manera en que les enseñan.

La masculinidad se aprende.

No está en nuestros genes.

Se construye socialmente.

La masculinidad se ha estudiado
durante más de 50 años.

Mi investigación doctoral utilizó
el texto de R. W. Connell de 1994:

'Masculinidades'.

Connell es una socióloga
que comenzó su carrera

estudiando cómo se portaban
los chicos en las escuelas,

y luego descubrió que existen
distintas clases de masculinidades,

y que cada una es exclusiva
para las circunstancias de esa persona.

Connell indica, por ejemplo,

que soy un hombre diferente
cuando juego a la pelota o cuando peleo

con mis dos hijos en el jardín de mi casa

que cuando estoy en el aula
delante de mis alumnos.

Utilizo un vocabulario
y una dicción diferentes,

distintos tonos de voz.

Y el contacto físico se acepta
de manera distinta.

Soy un hombre diferente
en el dormitorio con mi esposa

que en la iglesia o cuando salgo
con mis amigos a beber.

No existe un 'yo' esencial
fijo e inalterable.

En cambio, la circunstancia social dicta
cuál es el comportamiento aceptable.

Connell denomina a esta idea
'masculinidades hegemónicas'.

Las masculinidades hegemónicas
son el conjunto de normas sociales

que se esperan
de los hombres y los chicos.

Las aprendemos.

Así es como 'Harry el sucio' Callahan
y Han Solo entran en el juego.

Son las representaciones culturales
de la masculinidad real.

Nos enseñan como se deberían comportar
los hombres reales

y, por lo tanto, queremos ser como ellos.

Las masculinidades hegemónicas
tienen una elevada autoestima,

y es por eso que 'Harry el sucio' Callahan
y Han Solo son unos idiotas arrogantes.

(Risas)

La masculinidad tóxica

vive en nuestras experiencias diarias.

Afecta todo lo que hacemos.

Y gran parte de lo que hacemos
se ve impulsado por el poder,

por el deseo de más poder.

Los hombres aquí saben de lo que hablo.

Connell desarrolló la idea del hegemón

del sociólogo italiano Antonio Gramsci,

que definió la hegemonía
como el sistema de poder social

en el que la violencia se promete
y es la mayor amenaza.

¿Han notado que cuando un coche policial
se pone detrás del nuestro

nos provoca ansiedad?

Ese es el poder del hegemón
que nos asusta.

¿O se han sentido solos y con miedo
durante una noche oscura

cuando un grupo de hombres
pasa cerca de ustedes?

Ese es el poder del hegemón
que nos asusta.

Cuando me llaman a la oficina de mi jefe,

¡me pongo nervioso!

(Risas)

Ese es el poder del hegemón que me asusta.

Gramsci señaló que las instituciones
tienen más poder que los individuos.

Un buen ejemplo es la policía,
también el ejército, o los Boy Scouts.

Además indicó que las personas
se comportan según las reglas del hegemón

sin verse obligadas a hacerlo.

Las personas son criaturas sociales
y, en gran medida, se vigilan a sí mismas.

Aprendemos las masculinidades hegemónicas

con los juegos en la escuela
durante la niñez.

Y las ponemos en práctica

en las reuniones de trabajo
durante la adultez.

Las aprendemos de la televisión;

de amigos, familiares
y compañeros de trabajo;

de películas, libros y canciones pop.

Y recuerden:

los hombres quieren ser el hegemón.

Pero eso significa que muchos intentan
ser alguien que no pueden definir,

lo que lleva a la culpa y a la vergüenza
porque no están a la altura.

Muchos hombres, al pensar que
no alcanzan los estándares hegemónicos,

reaccionan con enojo y violencia

porque esas son
las herramientas del hegemón.

Estos hombres se descargan
contra los más débiles,

que suelen ser las mujeres y los niños,

para sentirse más poderosos.

Es patético, pero es la verdad.

Déjenme darles un ejemplo.

Durante esta útlima década,
ha aumentado el movimiento "incel",

una masculinidad tóxica
que le echa la culpa

de la situación involuntaria
célibe de un hombre,

su situación "incel",

a las mujeres que lo rodean.

Las mujeres no duermen con él,
y, por lo tanto, merecen ser castigadas.

Es una lógica muy masculina.

La furia y la venganza
ante una aparente pérdida de poder

son síntomas de los hombres que sufren
las consecuencias mentales violentas

de las masculinidades que fracasaron.

Estos hombres tienen
que culpar a otra persona,

o bien aceptar la verdad
de que ellos son los culpables,

que 'nosotros los hombres'
somos los que necesitamos cambiar.

Veamos un terrible ejemplo reciente.

El 2 de noviembre de 2018,

un agresor que no voy a nombrar
y por ende glorificar,

que tenía 40 años,

entró en un lugar llamado Hot Yoga
en Tallahassee y disparó.

Así mató a la doctora
Nancy Van Vessem, de 61 años;

a Maura Binkley, de 21;

e hirió a otras cinco personas.

Este hombre tenía antecedentes
de manoseo a mujeres,

había publicado en redes sociales
sus problemas con el sexo opuesto,

e hizo, incluso, videos en YouTube

donde glorificaba
a otras figuras violentas del incel.

Luego, se suicidó.

Demasiado tarde, en mi opinión.

Él tenía una masculinidad tóxica.

Un estudio de 2010 publicado
en el Journal of Forensic Sciences

identificó que esta clase
de asesinos suicidas

tienen altos índices de depresión,

son, en su gran mayoría, hombres,

y que un gran porcentaje de estos crímenes
son de hombres contra mujeres.

La sexta edición de la publicación sobre
asesinatos seguidos de suicido en EE. UU.

realizada por el Centro
de Violencia Policial

determinó que estos asesinatos
seguidos por suicidios

son, y cito, 'casi siempre cometidos
por un hombre que porta un arma de fuego',

fin de la cita,

y que entre 1000 y 15 000 muertes

se producen al año
por asesinatos seguidos de suicidio.

La masculinidad tóxica
no solo mata a los hombres,

sino también a las mujeres y a los niños.

Margaret Atwood,
una famosa escritora feminista,

describió la diferencia
entre hombres y mujeres

en términos contundentes.

'Los hombres tienen miedo
de que las mujeres se rían de ellos.

Las mujeres tienen miedo
de que los hombres las asesinen'.

Extremo, quizás,

pero pidamos a las mujeres su opinión.

Preguntémosles

acerca de los piropos,
los silbidos y el acoso casual

a los que se enfrentan
todos los días en la calle,

en el ámbito laboral y en su propia casa.

Los hombres no lo vemos,
es invisible a nuestros ojos,

porque el privilegio es algo importante
y el hegemón es imperceptible.

Pregúntenles a las mujeres
cómo cambian su conducta diaria,

para priorizar su seguridad física.

Por ejemplo, durante toda la vida,
las mujeres reciben mensajes

que ponen la responsabilidad
en ellas para no ser violadas.

'No salgas tarde a la noche'.

'No te vistas de manera provocativa'.

'No pierdas de vista tu bebida'.

¡Eso es el patriarcado!

Eso es la masculinidad tóxica
que señala a la víctima como la culpable,

¡cuando los hombres son los que violan!

Y este es un ejemplo de lo poderoso
e invisible que es el hegemón:

a pesar de que los crímenes violentos
los cometen mayormente los hombres,

recién ahora, en 2018 y en 2019,

y con la ayuda del movimiento #MeToo,

se incorpora el género a la conversación
acerca de la violencia.

Las noticias no se refieren al género.

¡Lo ocultan!

Los titulares utilizan términos neutrales

como 'sospechoso', 'agresor' o 'tirador'.

Lo peor de todo

es que en la frase
'violencia contra las mujeres'

se excluye por completo a los hombres.

Nuestro propio lenguaje es parte
de las masculinidades hegemónicas.

Las violaciones se cuentan
a través de la víctima.

'La mujer fue violada'.
'El niño fue violado'.

Esto le quita la responsabilidad
al autor del delito, el hombre,

y, en realidad, lo protege.

La construcción en voz pasiva
lo vuelve invisible.

Es mucho mejor decir:
'El hombre violó a la mujer',

porque eso, al menos,
pone al bastardo en la mira.

Hannah Gadsby,
la actriz y comediante australiana,

en su especial de Netflix 'Nanette',

se pregunta brevemente cómo debe ser
para los hombres ¡odiar lo que desean!

Lo hace mientras hace una broma

acerca de la agresión física
y sexual que sufrió ella misma.

Es algo difícil de escuchar.

Yo he experimentado la masculinidad tóxica
como agresor y como víctima.

Durante una década,
fui el portero de una discoteca

y realmente disfrutaba del poder.

'No con esos zapatos'.

(Risas)

Pero además, fui discriminado durante
toda la escuela primaria y secundaria.

Solo mírenme.

También fui abusado física y sexualmente.

Y lo que sí se

es que, sin dudas, voy a volver
a perpretar la masculinidad tóxica,

porque su poder
es engañoso e imperceptible.

Lo que en verdad quiero que hagan

es que piensen en el privilegio.

Piensen en quién en la sala
puede cambiar nuestra cultura.

Me siento culpable de
lo que le pasó a Hannah Gadsby.

Me siento responsable.

Y soy una de las personas
más privilegiadas del planeta:

Por mi doctorado, por mis ingresos
económicos y por el color de mi piel.

Y... por mi pene.

(Risas)

Soy un hombre por debajo del ideal.

¿Cómo puedo combatir al hegemón?

¡Lo puedo nombrar!

Y puedo ayudarlos a que también lo hagan,

porque eso es lo que más odia el hegemón:

que lo vean.

Porque si lo podemos ver,
lo podemos cambiar.

Por eso elijo encogerme de hombros
con una mujer ante una machoexplicación,

o ante una actitud de superioridad.

Elijo que la mujer hable primero
y solo asiento mostrándome de acuerdo.

No tengo que hablar después de ella
para aclarar lo que quiso decir.

Y puedo llorar,

sin sentir vergüenza,

durante el mejor momento
de 'Realmente amor'.

(Risas)

Pero lo que debo hacer,
ante todo, es señalar al hegemón

para que todos podamos transformar

una de las fuerzas más fundamentales
en nuestra cultura y en nosotros mismos.

Eso es lo que quiero que hagan,
señoras y señores.

Señalen al hegemón cuando lo vean.

Señálenlo y humíllenlo,
para luego modificarlo,

¡porque el poder puede cambiar!

Y por último,

con el sabio consejo de Dr. Seuss
en '¡Horton escucha a Quién!',

Horton dice:

"'¡Debo protegerlas!
¡Soy más grande que ellas!'.

Así, arrancó el trébol
y se alejó a los empujones".

Muchas gracias.

(Aplausos)