Durante mucho tiempo, hubo dos misterios que me intrigaban. No los entendía y, para ser sincero, temía indagar más profundamente. Tengo 40 años y el primer misterio es que durante toda mi vida, año tras año, la depresión y la ansiedad graves han aumentado, en EE. UU., en Gran Bretaña, y en todo el mundo occidental. Quería entender la razón. ¿Por qué nos está pasando esto? ¿Por qué, con cada año que pasa, cada vez a más de nosotros nos resulta más difícil vivir otro día? Y quería entenderlo porque era un misterio personal. Cuando era adolescente, recuerdo que iba al médico y le explicaba que tenía un sentimiento de dolor que me desbordaba. No podía controlarlo, no entendía por qué sucedía y me sentía bastante avergonzado por ello. Mi médico me contó una historia que ahora me doy cuenta que tenía buenas intenciones, pero que era bastante simplona, sin ser del todo errónea. El médico me dijo: "Sabemos por qué la gente se siente así. Algunas personas experimentan un desequilibrio químico en su cabeza. Claramente, eres una de ellas. Tan solo hay que darte unos fármacos y tu equilibrio químico volverá a la normalidad". Comencé a tomar un medicamento llamado Paxil o Seroxat, lo mismo con nombres distintos en países diferentes. Me sentí mucho mejor y me levantó el ánimo. Pero poco después, el sentimiento de dolor comenzó a reaparecer. Entonces me dio dosis cada vez más altas hasta que llegué a tomar, durante 13 años, la dosis máxima que se puede tomar legalmente. Y gran parte de esos 13 años, especialmente al final, seguía sintiendo mucho dolor. Comencé a preguntarme: "¿Qué está pasando aquí? Estás haciendo todo lo que se supone que en nuestra cultura hay que hacer en estos casos. ¿Por qué sigues sintiéndote así?". Así que para llegar al fondo de estos dos misterios, para un libro que he escrito, al final hice un gran viaje por todo el mundo, en el que recorrí más de 65 000 km. Quería consultar a los principales expertos del mundo sobre las causas de la depresión y la ansiedad y, fundamentalmente, cómo se resuelven, y también a quienes han sufrido de depresión y ansiedad y han logrado superarlo de diversas formas. Y aprendí muchísimo de la gente asombrosa que llegué a conocer en el camino. Pero pienso que la esencia de lo que aprendí es que, hasta ahora, tenemos evidencia científica de nueve causas diferentes de depresión y ansiedad. Dos de ellas se generan, de hecho, en nuestra biología. Tus genes pueden hacerte más sensible a estos problemas, aunque no escriban tu destino. Y hay cambios cerebrales reales que pueden suceder cuando te deprimes. Eso puede dificultar la salida. Pero la mayoría de los factores que, según se ha probado, causan depresión y ansiedad, no están en nuestra biología. Son factores asociados a la forma como vivimos. Y una vez que los entiendes, se abre un abanico de soluciones muy diferentes que deberían ofrecerse a las personas, además de la opción de antidepresivos químicos. Por ejemplo, si uno está solo, es más propenso a deprimirse. Si, cuando vas a trabajar, no tienes control sobre tu trabajo, y solo tienes que hacer lo que te dicen, es más probable que te deprimas. Si rara vez sales a estar en contacto con la naturaleza, es más probable que te deprimas. Y hay una cosa que aglutina muchas de las causas de depresión y ansiedad de todas las que aprendí. No todas, pero muchas de ellas. Todos aquí lo saben: todos Uds. tienen necesidades físicas naturales, ¿no? Obviamente. Necesitan comida, necesitan agua, necesitan refugio, necesitan aire limpio. Si les quitan esas cosas, todos tendrían problemas, muy rápido. Pero al mismo tiempo, cada humano tiene necesidades psicológicas naturales. Necesitan tener sentido de pertenencia. Necesitan sentir que la vida tiene significado y propósito. Necesitan sentir que la gente los vea y los valore. Necesitan sentir que tienen un futuro con sentido. Y esta cultura que construimos es buena en muchas cosas. Y muchas cosas son mejores que en el pasado. Me alegra estar vivo hoy. Pero nos hemos vuelto cada vez menos buenos en satisfacer estas profundas necesidades psicológicas subyacentes. Y no es lo único que está sucediendo, pero creo que es la razón clave del porqué esta crisis sigue aumentando cada vez más. Esto me resultó realmente difícil de asimilar. Realmente luché con la idea de dejar de pensar en mi depresión como un problema en mi cerebro y a pensar en ella como multicausal, incluyendo como causas la forma como vivimos. Y solo comencé realmente a caer en la cuenta cuando un día fui a entrevistar a un psiquiatra sudafricano, el Dr. Derek Summerfield. Es una gran persona. Y resulta que el Dr. Summerfield estuvo en Camboya en 2001, cuando se introdujeron por primera vez los antidepresivos químicos para las personas en ese país. Y los médicos locales camboyanos nunca habían oído hablar de estos fármacos, y preguntaron: "¿Qué son?". Y él lo explicó. Y le dijeron: "No los necesitamos, ya tenemos antidepresivos". Y él dijo: "¿Qué quieren decir con eso?". Pensó que iban a hablar de algún remedio herbario como la hierba de San Juan, el ginkgo biloba o algo así. En cambio, le contaron una historia. Había un granjero en su comunidad quien trabajaba en los arrozales. Y un día, se topó con una mina terrestre que había quedado de la guerra con EE. UU. y le estalló en la pierna. Entonces le dieron una pierna artificial, y después de un tiempo, volvió a los arrozales. Pero aparentemente, es muy doloroso trabajar bajo el agua con una extremidad artificial, y creo que fue muy traumático trabajar en el campo donde le estalló la mina. El hombre comenzó a llorar todo los días, se negaba a salir de la cama y desarrolló todos los síntomas de la depresión clásica. El médico camboyano dijo: "Ahí es cuando le dimos un antidepresivo". Y el Dr. Summerfield preguntó: "¿Cuál?". Explicaron que se sentaron a su lado, lo escucharon, y se dieron cuenta de que su dolor tenía sentido. Le costaba verlo en medio de su depresión, pero, en realidad, tenía causas claras y comprensibles en su vida. Uno de los médicos habló con la gente de la comunidad, y dijo: "Si compramos una vaca a este hombre, podría hacerse granjero lechero y no estaría en esa posición que le provoca tanto dolor, no tendría que trabajar en los arrozales". Y le compraron una vaca. Al cabo de un par de semanas dejó de llorar, y en un mes, su depresión desapareció. Le dijeron al Dr. Summerfield: "Ya ve Ud., doctor, esa vaca era un antidepresivo. A eso se refiere, ¿verdad?". (Risas) (Aplausos) Si los hubieran educado a ver la depresión como lo hicieron conmigo, y con Uds. también, suena a broma de mal gusto, ¿no? "Fui a mi médica por un antidepresivo, y me dio una vaca". Pero lo que los médicos camboyanos sabían intuitivamente basándose en esta anécdota no científica con este individuo, es lo que la institución médica, líder en el mundo, la Organización Mundial de la Salud, ha tratado de decirnos durante años, basándose en la mejor evidencia científica. Si estás deprimido, si estás ansioso, no eres débil, no estás loco; no eres, en general, una máquina con piezas rotas. Eres un ser humano con necesidades insatisfechas. Y es muy importante pensar sobre lo que esos médicos camboyanos y la Organización Mundial de la Salud no dicen. No le dijeron a este granjero: "Amigo, debes esforzarte para reponerte. Es tu deber identificar y solucionar el problema solo". Por el contrario, lo que dijeron es: "Estamos aquí como grupo para unirnos a ti, así, juntos, podemos descubrir y solucionar este problema". Esto es lo que toda persona deprimida necesita, y es lo que cada persona deprimida merece. Es por eso que uno de los principales médicos de Naciones Unidas, en su declaración oficial por el "Día mundial de la salud", hace un par de años en 2017, dijo que necesitamos hablar menos sobre desequilibrios químicos y más sobre los desequilibrios en la forma como vivimos. Los fármacos dan un alivio real a algunas personas. A mí me aliviaron un tiempo, pero, precisamente porque este problema va más allá de la biología, las soluciones también deben ser mucho más profundas. Pero cuando aprendí eso por primera vez, recuerdo haber pensado: "Bien, vi toda la evidencia científica, leí una gran cantidad de estudios, entrevisté a muchos expertos que lo explicaban". Pero seguí pensando: "¿Cómo hacer frente a eso?". Las cosas que nos están deprimiendo son, en la mayoría de los casos, más complejas de las que le pasaban a este granjero camboyano. ¿Por dónde empezar? Pero entonces, en el largo viaje que por todo el mundo para escribir mi libro, seguí conociendo gente que hacía exactamente eso, de Sydney a San Francisco, hasta San Pablo. Seguí conociendo gente quienes entendían las causas más profundas de la depresión y la ansiedad y, como grupo, las solucionaban. No puedo enumerar a todas las personas increíbles que conocí y sobre las que escribí, o las nueve causas de la depresión y la ansiedad... No me dejarían dar una charla TED de 10 horas, pues se quejarían. (Risas) Pero quiero centrarme en dos de las causas y en dos de las soluciones que emergen de ellas. Aquí la primera: somos la sociedad más solitaria en la historia de la humanidad. En un estudio reciente en EE. UU. se preguntó a la gente: "¿Sientes que ya no estás cerca de alguien?". Y el 39 % de las personas se sintió identificada; no se sentía cerca de nadie. Según las mediciones internacionales de soledad, Gran Bretaña y el resto de Europa están detrás de EE. UU., en caso de que alguien quiera presumir. (Risas) Pasé mucho tiempo debatiendo esto con un experto en el tema de la soledad, un hombre increíble, el profesor John Cacioppo, residente en Chicago, y pensé mucho en una pregunta que nos plantea. El profesor Cacioppo plantea: "¿Por qué existimos? ¿Por qué estamos aquí, por qué vivimos?". Una razón clave es que nuestros antepasados en las sabanas de África fueron realmente buenos en una cosa. No eran más grandes que los animales que cazaban, no eran más rápidos que los animales que cazaban, pero eran mucho mejores para aglutinarse en grupos y cooperar. Este fue nuestro superpoder como especie: unirnos. Al igual que las abejas evolucionaron para vivir en una colmena, los humanos lo hicieron para vivir en una tribu. Y somos los primeros humanos en desmantelar nuestras tribus. Y esto nos hace sentir muy mal. Pero no tiene por qué ser así. Uno de los héroes de mi libro y, de hecho, de mi vida, es un médico llamado Sam Everington. Es médico de familia en una zona pobre del este de Londres, donde viví muchos años. Y Sam estaba realmente incómodo, porque tenía muchos pacientes con terrible depresión y ansiedad. Y como yo, no está en contra de los antidepresivos químicos, y piensa que alivia a algunas personas. Pero vio dos cosas. Primero, sus pacientes estaban deprimidos y ansiosos la mayor parte del tiempo por razones totalmente comprensibles, como la soledad. Y segundo, aunque los fármacos daban cierto alivio a algunas personas, esos fármacos no resolvieron el problema, el problema subyacente. Un día, Sam decidió ser pionero en un enfoque diferente. Una mujer vino a su centro médico; era Lisa Cunningham. Llegué a conocer a Lisa más tarde. Y Lisa había estado encerrada en su casa con depresión y ansiedad paralizante durante siete años. Y cuando vino al centro de Sam, le dijeron: "No te preocupes, seguiremos dándote estos fármacos, pero también te recetaremos algo más. Vamos a recetarte venir a este centro dos veces por semana para reunirte con un grupo de personas deprimidas y ansiosas, no para hablar de lo desdichada que eres, sino para descubrir algo significativo que pueden hacer juntas. Así no estarás sola y no sentirás como si la vida no tuviera sentido". La primera vez que este grupo se reunió, Lisa, literalmente, comenzó a vomitar de ansiedad; así de abrumador le resultó. Pero la gente le palmeó la espalda y comenzaron a hablarle. Le dijeron: "¿Qué podemos hacer?". Esa gente es del este de Londres como yo, sin idea de jardinería, y dijeron: "Aprendamos jardinería". Había un área detrás del consultorio médico, donde había solo matorral. "¿Por qué no hacemos de esto un jardín?", dijeron. Comenzaron a sacar libros de la biblioteca y a mirar videos de YouTube. Comenzaron a meter los dedos en la tierra. Comenzaron a aprender el ritmo de las estaciones. Hay mucha evidencia de que esa exposición al mundo natural es un antidepresivo realmente poderoso. Pero comenzaron a hacer algo incluso más importante. Comenzaron a crear una tribu. Comenzaron a formar un grupo. Comenzaron a preocuparse el uno por el otro. Si uno de ellos no aparecía, los otros iban a buscarlo. "¿Estás bien?", decían, para ayudarles a descubrir lo que les preocupaba ese día. Así me lo comunicó Lisa: "Cuando el jardín comenzó a florecer, nosotros comenzamos a florecer". Este enfoque se llama "prescripción social", y se está extendiendo por toda Europa. Y hay poca evidencia, pero cada vez más, según la cual esto puede generar descensos significativos en depresión y ansiedad. Y un día, recuerdo que estaba en el jardín construido por Lisa y sus amigos que en su momento habían estado deprimidos, un jardín realmente hermoso y tuve un pensamiento, muy inspirado por el profesor Hugh Mackay de Australia. Pensaba que, muy a menudo, cuando las personas se sienten deprimidas en esta cultura, lo que les decimos, —estoy seguro Uds. lo dijeron también—: "Solo necesitas ser tú, ser tú mismo". Y me di cuenta que, en realidad, lo que deberíamos decir a la gente es: "No seas tú. No seas tú mismo. Seamos nosotros. Seamos parte de un grupo. (Aplausos) La solución a estos problemas no radica en usar cada vez más recursos como individuo aislado, pues eso es, en parte, lo que nos metió en esta crisis. Radica en reconectarse con algo que nos trasciende. Y eso se conecta con otra de las causas de la depresión y ansiedad quería tratar con Uds. Todos saben que la comida chatarra se ha apoderado de nuestras dietas y causa enfermedades físicas. No lo digo con sentido de superioridad; literalmente vine a dar esta charla de McDonald's. (Risas) Pero los vi tomando ese saludable desayuno de TED y pensé: "Mejor no". (Risas) Pero así como la comida chatarra está en nuestra dieta y nos enfermaron físicamente, ciertos valores basura han tomado nuestra mente y nos enfermaron mentalmente. Durante miles de años, los filósofos han dicho: "Si crees que la vida se trata de dinero, nivel social y presunción te vas a sentir una porquería". No es una cita exacta de Schopenhauer, pero esa es la esencia de lo que dijo. Pero, extrañamente, casi nadie lo había investigado científicamente, hasta una persona de verdad extraordinaria que conocí, el profesor Tim Kasser, que está en Knox College en Illinois, y que ha investigado esto desde hace unos 30 años. Su investigación sugiere varias cosas realmente importantes. Primero, cuanto más crees que puedes comprar y exhibir tu salida de la tristeza y tu ingreso a una vida feliz, más probable es que te vuelvas deprimido y ansioso. Y segundo, como sociedad, nos dejamos llevar mucho más por estas creencias. Durante toda mi vida, estuve bajo el peso de la publicidad, Instagram y ese tipo de cosas. Y al reflexionar, me di cuenta de que es como si a todos nos hubieran alimentado desde niños con una especie de pollo frito de Kentucky para el alma. Nos han entrenado para buscar felicidad en los lugares equivocados y, al igual que la comida chatarra no satisface las necesidades nutricionales y te hace sentir mal, los valores basura tampoco satisfacen nuestras necesidades psicológicas y nos alejan de una buena vida. Cuando estuve por primera vez con el profesor Kasser aprendiendo esto sentí una mezcla realmente extraña de emociones. Porque por un lado, me pareció realmente desafiante. Pude ver cuán a menudo, en mi propia vida, cuando me sentía deprimido trataba de remediarlo con algún tipo de alarde o gran solución externa. Y pude entender por qué no me funcionó. También pensé: "¡No es obvio? Por no decir casi banal", ¿verdad? Les diré algo: sé que nadie va a mentir en su lecho de muerte, no pensará en los zapatos que compraron o los retuits que recibieron, sino en los momentos de amor, de significado y conexión en sus vidas. Parece casi un cliché. Pero seguí preguntando al profesor Kasser: "¿Por qué siento esta extraña duplicidad?". Y él dijo: "En algún nivel, todos sabemos estas cosas. Pero en esta cultura, no nos guiamos por ellas". Las conocemos bien y ya son clichés pero no nos guiamos por ellas. Seguí preguntando por qué sabíamos algo tan profundo pero no vivíamos de acuerdo a eso. Y después de un rato, el profesor Kasser me dijo: "Porque vivimos en una máquina diseñada para hacernos descuidar lo importante de la vida". Me detuve a pensar en eso. "Porque vivimos en una máquina diseñada para que descuidemos lo que es importante en la vida". Y el profesor Kasser quería descubrir si podemos interrumpir esa máquina. Ha investigado mucho sobre este tema. Les pondré un ejemplo, y realmente los insto a intentarlo con sus amigos y familiares. Un señor llamado Nathan Dungan reunió a un grupo de adolescentes y adultos en una serie de sesiones durante un período de tiempo establecido. Y parte del objetivo del grupo era hacer que la gente pensara sobre un momento en su vida en el que hubieran encontrado significado y propósito. Cada uno encontró cosas diferentes. Para algunos era tocar música, escribir o ayudar a alguien. Estoy seguro de que todos aquí puede imaginar algo, ¿verdad? Y parte del objetivo del grupo era hacer que la gente se preguntara: "¿Cómo podrías dedicar más de tu vida a conseguir estos momentos de significado y propósito, y menos, por ejemplo, comprando tonterías innecesarias, posteando en redes sociales o intentando que la gente diga: '¡Dios mío, qué envidia!'". Y lo que descubrieron fue que estas reuniones eran como una especie de alcohólicos anónimos para el consumismo. La gente se reunía para articular estos valores, para decidir lograrlos y consultarse entre sí, lo cual condujo a un cambio en los valores de las personas. Los alejó de este huracán de mensajes que generan depresión y que nos entrenan a buscar felicidad en los lugares equivocados y los llevó a valores más significativos y sustanciosos que nos sacan de la depresión. Pero con todas las soluciones que vi y sobre las que he escrito, muchas de las cuales no puedo tratar aquí, seguí pensando: "¿Por qué me tomó tanto tiempo ver estas ideas?". Porque cuando se lo explicas a la gente... —algunos son más complicados, pero no todos—, cuando explicas esto a la gente, no es física cuántica, ¿no? En algún nivel, ya lo sabemos. ¿Por qué nos resulta tan difícil de entender? Creo que hay muchas razones, y una de ellas es que tenemos que cambiar nuestra comprensión de lo que la depresión y la ansiedad son en realidad. Hay razones biológicas reales que explican la depresión y ansiedad. Pero si permitimos a la biología que se convierta en la razón completa, como lo hice yo por tanto tiempo, es como argumentar que nuestra cultura ha hecho la mayor parte de mi vida, lo que decimos implícitamente a la gente, y no es la intención de nadie, es lo siguiente: "Tu dolor no significa nada. Es solo un mal funcionamiento. Es como una falla en un programa de computadora, es solo un problema de cableado mental. Pero yo pude comenzar a cambiar mi vida cuando me di cuenta de que la depresión no es un mal funcionamiento, sino una señal. Tu depresión es una señal. Te está diciendo algo. (Aplausos) Nos sentimos así por alguna razón, que puede ser difícil de ver en medio de la depresión. Lo entiendo muy bien por experiencia personal. Pero con la ayuda adecuada, podemos entender estos problemas y solucionarlos juntos. Pero para hacerlo, el primer paso es dejar de menospreciar estas señales diciendo que son un signo de debilidad, de locura o algo puramente biológico, a excepción de poquísimas personas. Necesitamos comenzar a escuchar estas señales, porque nos dicen algo que realmente debemos escuchar. Solo cuando realmente escuchemos estas señales, las honremos y las respetemos, vamos a empezar a detectar soluciones liberadoras, sustanciosas y más profundas. Son las vacas que nos esperan en todas partes. Gracias. (Aplausos)