Un maletín lleno de caca me cambió la vida. Hace diez años estudiaba mi postgrado y ayudaba a evaluar un concurso universitario de ingeniería genética. Ahí conocí a Alexandra Daisy Ginsber, artista y diseñadora británica. Llevaba puesta la camiseta blanca de la Universidad de Cambridge y traía un maletín plateado, como el que podríamos imaginar esposado a nuestra muñeca. Me hizo señas desde una esquina y me preguntó si quería ver algo. Con una mirada furtiva, abrió el maletín, y adentro habían seis gloriosas y coloridas heces. Me dijo que el equipo de Cambridge había pasado su verano diseñando la bacteria E. coli para que pudiera detectar diferentes cosas en el ambiente y producir un arcoiris de distintos colores en respuesta. ¿Arsénico en su agua potable? Esta cepa se volvía verde. Ella y su colaborador, el diseñador James King, trabajaron con los estudiantes e imaginaron posibles escenarios sobre cómo se podría usar la bacteria. Se preguntaron: ¿Y si pudiéramos usarla como una bebida probiótica viva y monitor de salud al mismo tiempo? Podríamos beber la bacteria y viviría en nuestro estómago percibiendo lo que ocurre, para que luego en respuesta a algo pueda producir un deshecho a color, ¡Vaya mierda! El equipo de Cambridge ganó la "International Genetically Engineered Machine", conocida como iGEM. En cuanto a mí, esas heces fueron un punto de inflexión. Soy bióloga sintética, que seguramente es un término extraño que la mayoría no conoce. Definitivamente suena como un contrasentido. ¿Cómo es que la biología, algo natural, puede ser sintética? ¿Cómo puede tener vida algo artificial? Los biólogos sintéticos rompen con en ese límite que marcamos entre lo natural y lo tecnológico. Y cada año, estudiantes del iGEM de todo el mundo pasan sus veranos tratando de diseñar una biología tecnológica. Le enseñan a bacterias a jugar sudoku, crean seda de araña multicolor, crean hormigón que se autoregenera, impresoras de tejido y bacterias que comen plástico. Sin embargo, hasta entonces, me preocupaba más otro tipo de contrasentido. Simple antigua ingeniería genética. El comediante Simon Munnery escribió que la ingeniería genética es en realidad un insulto a la propia ingeniería. La ingeniería genética es más como lanzar cemento y acero a un río y si alguien lo puede cruzar, se le llama puente. Así que a los biólogos sintéticos les preocupaba mucho esto, les preocupaba que la ingeniería genética fuera más un arte que una ciencia. Querían que la ingeniería genética fuera una verdadera disciplina, en la que pudiéramos programar células y escribir ADN como los ingenieros crean el software de las computadoras. Ese día, hace 10 años, me encaminó hacia donde me encuentro ahora. Hoy en día soy la directora creativa de una compañía de biología sintética llamada Ginko Bioworks. "Directora creativa" es un título raro para una compañía de biotecnología donde programamos vida tal y como programamos computadoras. Pero el día que conocí a Daisy, aprendí algo sobre ingeniería. Aprendí que la ingeniería no se trata solo de ecuaciones, acero y circuitos. Se trata de la gente. Es algo que hacemos y tiene un impacto en nosotros. Así que en mi trabajo trato de crear nuevos espacios para distintos tipos de ingeniería. ¿Cómo podemos hacer mejores preguntas? ¿Podemos tener mejores conversaciones sobre lo que queremos de el futuro de la tecnología? ¿Cómo podemos entender las razones tecnológicas, pero también sociales, políticas y económicas tan polarizadas sobre los OMG en nuestra sociedad? ¿Podemos crear OMGs que le gusten a la gente? ¿Podemos usar la biología para crear tecnología más expansiva y regenerativa? Creo que hay que empezar por reconocer que nosotros, como biólogos sintéticos, también fuimos moldeados por una cultura que valora a la "verdadera ingeniería" más que a este aspecto blando. Nos metemos tanto en los circuitos y lo que sucede dentro de la computadora que a veces perdemos de vista la magia que ocurre dentro de nosotros. Hay muchísima tecnología de mala calidad allá afuera, pero esta fue la primera vez que imaginé la caca como tecnología. Empecé a ver que la biología sintética era increíble, no solo porque podíamos convertir células en computadoras, sino porque podríamos darle vida a la tecnología. Esto era tecnología visceral, una visión inolvidable de lo que podía deparar el futuro, Pero, importantemente, también era una pregunta: "¿Este es el futuro que realmente queremos?" Nos han prometido un futuro cromado, pero ¿y si el futuro fuera carnoso? La ciencia y la ciencia ficción nos recuerdan que estamos hechos de material estelar. ¿También nos ayudaría a recordar las maravillas y rarezas de estar hechos de carne? Nosotros somos biología, nuestros cuerpos y lo que comemos. ¿Qué pasa cuando la biología se convierte en tecnología? Estas imágenes son preguntas que cuestionan lo que consideramos normal y deseable. También nos muestran que el futuro está lleno de posibilidades y que podríamos elegir algo distinto. ¿Cuál es el futuro del cuerpo o de la belleza? Si modificamos el cuerpo, ¿tendríamos nuevas formas de conciencia? ¿Y nuevas formas de conciencia hacia el mundo microbiano cambiarían lo que comemos? El último capítulo de mi tesis era sobre un queso que hice usando bacterias que recolecté de entre los dedos de mis pies. Les dije que la caca cambió mi vida. Trabajé con el artista de olores e investigador Sissel Tolaas para explorar todas las formas en las que nuestro cuerpo se relaciona con el queso a través del olor, y por lo tanto, microbios. Y creamos este queso para desafiar lo que pensamos sobre las bacterias que forman parte de nosotros y las bacterias que usamos en el laboratorio. Sí somos lo que comemos. La intersección entre biología y tecnología suele contarse como una historia donde trascendemos nuestras realidades carnales. Si subimos nuestro cerebro a una computadora, ya no tendríamos que ir al baño. Esa suele ser una historia que se cuenta como algo bueno, ¿no? Porque las computadoras son limpias y la biología no lo es. Las computadoras tienen sentido y son racionales, y la biología es un embrollo impredecible. A eso le sigue que la ciencia y la tecnología son supuestamente racionales, objetivas y puras, y los humanos son un completo desastre. Pero así como los biólogos sintéticos rompen con esa línea entre la naturaleza y la tecnología, artistas, diseñadores y científicos sociales me mostraron que las líneas trazadas entre la naturaleza, la tecnología y la sociedad son más blandas de lo que creemos. Nos desafían a reconsiderar nuestra visión sobre el futuro y nuestras fantasías sobre controlar la naturaleza. Nos muestran cómo nuestros prejuicios, esperanzas y valores están incrustados en la ciencia y la tecnología en las preguntas que nos hacemos y las decisiones que tomamos. Hacen visibles las formas en las que la ciencia y la tecnología son humanas y, por lo tanto, políticas. ¿Qué significa para nosotros poder controlar la vida para nuestros propósitos? Los artistas Oron Catts e Ionat Zurr crearon un proyecto llamado "Victimless Leather", donde diseñaron una pequeña chaqueta de cuero hecha de células de ratón. ¿Esta chaqueta está viva? ¿Qué se requiere para que crezca y se mantenga así? ¿De verdad no implica víctimas? ¿Y qué significa que algo no implique víctimas? Nuestras decisiones sobre lo que mostramos y ocultamos en nuestras historias de progreso, suelen ser decisiones políticas que tienen consecuencias reales. ¿Cómo moldearán las tecnologías genéticas la forma en la que nos entendemos y definimos nuestros cuerpos? La artista Heather Dewey-Hagborg hizo estos rostros basados en secuencias de ADN que extrajo de basura de la calle, obligándonos a preguntarnos sobre la privacidad genética, pero también cómo y si es que el ADN realmente puede definirnos. ¿Cómo lucharemos contra el cambio climático? ¿Cambiaremos la forma en la que hacemos todo, usando materiales biológicos que crezcan y se descompongan con nosotros? ¿Cambiaremos nuestros propios cuerpos? ¿O la misma naturaleza? ¿O podemos cambiar el sistema que sigue reforzando esas fronteras entre ciencia, sociedad, naturaleza y tecnología? Las relaciones que nos mantienen atados a estos patrones insostenibles. La manera de entender y responder a las crisis que son naturales, técnicas y sociales al mismo tiempo, desde el coronavirus hasta el cambio climático, es sumamente política, y la ciencia nunca ocurre en un vacío. Retrocedamos en el tiempo, cuando los primeros colonos europeos llegaron a Hawái. Al final trajeron su ganado junto con sus científicos. El ganado deambulaba por las laderas, pisando y cambiando los ecosistemas a su paso. Los científicos catalogaron las especies que encontraron ahí, a menudo tomando al último espécimen antes de que se extinguiera. Este es el Maui hau kuahiwi, o el Hibiscadelphus wilderianus, nombrado así por Gerrit Wilder en 1910. Para 1912, ya estaba extinto. Encontré este espécimen en el herbario de la Universidad de Harvard, donde habita con otros cinco millones de especímenes de todo el mundo. Quería tomar una pieza del pasado de la ciencia, su relación con el colonialismo y todas las ideas incrustadas sobre cómo la naturaleza, la ciencia y la sociedad deberían de trabajar juntas y cuestionarnos sobre el futuro de la ciencia. Al trabajar con un gran equipo en Ginkgo y otras personas de la UC de Santa Cruz, logramos extraer un poco de ADN de una pequeña rodaja del espécimen de esta planta y secuenciar el ADN dentro. Y luego resintetizar una posible versión de los genes que generaban el olor de la planta. Al insertar estos genes en levadura, podríamos producir pequeños pedazos de ese olor y quizá podríamos oler un poco de algo que se perdió para siempre. Al volver a trabajar con Daisy y Sissel Tolaas, mi compañero en el proyecto del queso, reconstruimos y compusimos un nuevo olor de esa flor y creamos una instalación donde la gente lo pudiera experimentar para ser parte de esta historia natural y el futuro sintético. Hace diez años, era una bióloga sintética preocupada por que la ingeniería genética fuera más artística que científica, que la gente fuera muy desordenada y la biología muy complicada. Ahora uso la ingeniería genética como arte para explorar todas las formas en las que estamos entrelazados e imaginar diferentes futuros posibles. Un futuro carnoso es uno que reconoce todas esas interconexiones y las realidades humanas de la tecnología. Pero también reconoce el increíble poder de la biología, su resistencia y sustentabilidad, su habilidad para sanar, crecer y adaptarse. Valores que son muy necesarios para las visiones de los futuros que podemos tener hoy. La tecnología moldeará ese futuro, pero los humanos hacen la tecnología. Cómo decidimos que será el futuro depende de todos nosotros. Gracias.