Gracias a Uds. por la invitación.
Quiero tocar un tema que,
aparentemente, no es muy innovador.
Quiero hablar sobre
cómo es posible que el cristianismo,
que tiene 2000 años,
haya llegado hasta nosotros.
El tema es, en el fondo,
desde el punto de vista teológico,
el tema de la tradición de la Iglesia.
La palabra "tradición" asusta un poco
a los que son más progresistas,
a otros los deja tranquilos.
"Tradición" quiere decir "entrega".
Es algo que se entrega, que pasa
de una generación a otra,
que se transmite.
¿Cómo es, entonces, que el cristianismo
ha llegado hasta nuestros días?
Mi tesis es que ha llegado
hasta nuestros días
en la medida en que ha sido
capaz de integrar las diferencias.
Y en eso consiste la tradición.
No es mantener algo permanente
a lo largo del tiempo
-- lo mismo, exactamente lo mismo --
sino que experimente un cambio,
una adaptación.
Y, en este caso, lo que se trata
de transmitir es el Evangelio.
Se trata de que el Evangelio llegue
a las personas de todos los tiempos.
"Evangelio" quiere decir "buena noticia".
Cuando Jesús aparece en Palestina,
en ese tiempo, lo primero que dice es:
"El reino de Dios ha llegado".
Dios viene a salvar.
Esa es la buena noticia.
Eso significa "evangelio".
Eso es lo que ha debido llegar,
en 2000 años,
a distintas partes de la Tierra,
hasta el día de hoy.
Entonces, ¿cómo es posible que
ese Evangelio llegue a nosotros?
En la medida en que nos tome en serio,
que quien nos transmite el Evangelio
nos tome en serio en nuestra diferencia.
Nosotros no somos romanos.
No somos griegos.
No somos europeos.
Somos chilenos.
Para que el Evangelio llegue a nosotros,
como buena y no como mala noticia,
tiene que llegar de un modo
en que nosotros lo apropiemos y
lo hagamos nuestro, y que nos dé vida.
"Si no da vida, mata",
como diría un poeta nuestro, Huidobro.
"Si no da vida, mata".
El cristianismo,
cuando no da vida, mata.
Entonces, el tema de la tradición
es súper importante
porque una cosa es la tradición
y otra cosa es el tradicionalismo.
El tradicionalismo es hacer pasar
siempre la misma cosa a todos,
como si las personas no importaran nada,
como si el pasarla fuera ya
una buena noticia para las personas.
Pero eso no sirve.
Eso deja a la Iglesia en el pasado.
La tradición, entonces, es lo que cuenta.
En el Nuevo Testamento
hay cuatro Evangelios distintos.
Hay cuatro autores distintos.
Cada uno de ellos escribió un Evangelio
en relación a personas, a ámbitos,
a culturas diferentes.
Son cuatro versiones diferentes.
Personas que, a su vez, recibieron...
Muchos de ellos no son directamente
testigos de lo que ocurrió.
Les contaron la historia.
Y ellos entendieron esa historia
a su manera,
y apropiaron esa "buena noticia"
con su propia experiencia
de ese Cristo que había resucitado.
Y lo transcribieron a partir
de la propia experiencia
y viendo cómo convencer
con ese Evangelio a los demás,
cómo hacer que esa "buena noticia"
les transformara positivamente
la vida a las demás personas.
De eso se trataba.
Cuatro versiones.
¿Cuántas versiones tendría que haber?
¿Cuántos Evangelios tendría que haber?
Tantos como cristianos.
Esa es la idea.
Cada cristiano tendría que ser capaz
de escribir su propio evangelio
para contarlo a los demás
pero para contárselo a sí mismo.
Y, ¿por qué no?
Tal vez el género no será el mismo
pero, a veces, lo hacemos en
una cartita, en una explicación,
en un momento difícil, en la vida,
en un banco, en un hospital...
¡Qué sé yo!
Uno le puede hablar de Dios a los demás:
"Mira, a mí me pasó esto. Te lo cuento
a ti porque esto te puede servir".
Una buena noticia
en nombre de Cristo y de Dios.
Entonces, la Iglesia tiene esta capacidad
de integrar la diferencia;
es decir, no solo tiene la capacidad,
sino que tiene la obligación de hacerlo,
de respetar la diferencia
que es el otro, el distinto,
y poder, entonces, hacerle un aporte
con lo que es el Evangelio.
Veamos la otra imagen.
Es una tradición, entonces,
que tiene 2000 años.
Esta imagen es de
unos papiros antiquísimos.
Tenemos también los Evangelios apócrifos.
¿Han oído hablar de
los Evangelios apócrifos?
Los apócrifos son otras versiones.
La Iglesia dijo no reconocer
su propia fe en estas versiones.
Es como cuando, por ejemplo,
Uds. escriben una carta,
o los correos electrónicos ahora,
y dicen: "No. Esto no representa
lo que yo quería decir".
"Pum". Al basurero.
¿Es legítimo? Claro que lo es
porque el sujeto es la Iglesia.
Es la misma Iglesia la que
ha escrito todos los Evangelios.
Claro que han sido distintos autores.
Y, al final, la misma Iglesia,
los mismos cristianos dijeron:
"Reconocemos las cartas de estas personas
como las más representativas".
Y los apócrifos quedaron en el camino
porque no representaban exactamente lo
que la Iglesia creía que había que creer.
Interpretación.
Nuestro Arrau.
¿Cuántas versiones hay de Beethoven?
¿Cuántos pianistas buenos hay?
Arrau es un intérprete.
¿Cuántos intérpretes tendría que haber
del Evangelio o de la Iglesia?
Tantos cuantos cristianos sean.
Esa es la idea, que uno sea capaz de
tocar esa partitura que es el Evangelio,
tocarla uno con su propia personalidad,
con su propio genio y originalidad.
De eso se trata.
No se trata de repetir simplemente
lo que uno ha recibido de los demás.
Eso es letra muerta. No sirve.
Es una lata. No ayuda.
Lo bonito es escuchar la diferencia,
la originalidad,
lo que el otro tiene que hacer.
Y es bonito consigo mismo:
"Déjenme la libertad".
Todos queremos tener la libertad de ser
intérpretes de nuestra propia vida,
de ser protagonistas y no personajes
secundarios de la propia vida.
Eso cuenta también para el Evangelio.
¿Cómo podemos ser protagonistas
o intérpretes originales
de una partitura que nos viene del pasado
pero que está escrita para que sea
apropiada personalmente?
En cambio,
¿qué pasa cuando
esa interpretación no es posible?
Ocurre, algunas veces, que la comunidad
empieza a mirar al distinto, al diverso,
con una lupa.
A observarlo.
Se sale de lo común.
Se sale de la única interpretación.
En las sectas, por ejemplo,
hay una interpretación.
En las sectas no es posible que todos
opinen cosas distintas.
La interpretación es una.
Y, normalmente, es uno
el intérprete: el gurú,
que se apodera de la libertad
de las personas.
Eso es lo dramático.
Y termina haciendo que las personas
hagan cualquier cosa
porque es la voluntad del gurú.
Es terrible.
Eso es el antónimo de lo que tendría
que ser la Iglesia Católica.
No siempre lo es.
Y ese es el problema porque, además,
es muy difícil avanzar
con una tradición de 2000 años,
que es el caso de hoy en día.
Voy a poner un ejemplo.
Hace un año y medio, el papa largó,
incluso por los medios de comunicación,
38 preguntas sobre temas
de moralidad, sexualidad,
de moral de la familia...
porque ha querido preparar dos sínodos
sobre el tema de la familia.
El Papa Francisco se da cuenta
de que este es un tema clave
para transmitir el Evangelio hoy.
Y se da cuenta de que hay que poner
al día la doctrina de la Iglesia
porque si no, no se entiende
o empieza a hacer daño.
Pero fíjense en la audacia de este papa,
que larga 38 preguntas
sobre temas clave
de la vida de las personas.
Con otras palabras, todos
estos temas se pueden tocar.
Son temas que normalmente,
en algunas materias, no se tocan.
A mí me parecía que había
que tocarlos y los toqué.
Fíjense en la importancia de que sea
abierta la posibilidad de que opinemos,
de que haya diálogo y discusión.
Y eso es lo que ha ocurrido
en muchas partes.
Se han abierto las posibilidades
de pensar distinto,
de que haya pluralismo,
de que, sobre determinadas materias,
no estemos todos de acuerdo.
Es posible. ¿Por qué no?
Ahora podemos discutirlo,
si es que esto es auténtico
y no es simplemente una faramalla.
Si esto es auténtico quiere decir
que cabe la posibilidad de un progreso
en la doctrina de la Iglesia Católica,
que tiene 2000 años,
que en algunas materias delicadas
cabe la posibilidad de innovar
en la manera de presentar las cosas
o de perfeccionar la doctrina
de acuerdo a las nuevas circunstancias.
Esto no es casual.
Esto ha debido ser siempre
así en la Iglesia.
En el Concilio Vaticano II,
del que se cumplen 50 años,
se tocaron muchísimos temas.
Y la creatividad de la Iglesia
para abordarlos fue extraordinaria.
Un tema que parece ser
más delicado que otros
es si dar la comunión a las personas
divorciadas o vueltas a casar.
No hay problema si
una persona separada comulga.
Pero si la persona está divorciada,
o se ha vuelto a casar,
aunque no está excomulgada por la Iglesia,
sí tiene que abstenerse de comulgar
porque, al parecer, no está en regla
con la enseñanza de la Iglesia.
Desde hace tiempo, sigo los documentos
sobre este tema con cierta atención.
Y me parece que se va a poder dar
una innovación en esta materia.
¿En qué sentido?
Lo que probablemente va a ocurrir es,
no que se deje la posibilidad amplia
a las personas que están en esta situación
de que se acerquen en la misa a comulgar.
No se va a dar esa posibilidad.
Pero sí se va a dar la posibilidad
de que su caso sea acogido,
estudiado y conversado,
y que, bajo determinadas condiciones,
a esta persona se le permita comulgar.
Es decir, va a haber un proceso serio,
en el cual se abre una posibilidad
que hasta ahora no existe.
¿Va a ocurrir esto?
No sé.
Pero algo me dice que sí
porque he seguido los documentos y
me parece que se está abriendo un espacio.
Y va a ser muy importante, sobre todo,
para la Iglesia occidental
porque este Sínodo recoge la situación
de Iglesias que están
en distintas partes del mundo;
son 5 continentes con realidades
familiares muy distintas.
Da la impresión de que, en Occidente,
este tema no da más,
es decir, en la sociedad europea,
en el primer mundo, etc.,
donde los católicos están clamando
porque haya cambios en esta materia.
Y parece ser que sí va a ser posible.
En cambio, hay otro tema
que también es muy delicado.
Es el tema de la aceptación por la Iglesia
de las uniones homosexuales.
En este tema, en cambio,
creo que no va a ser tan fácil
porque, si bien los europeos, el primer
mundo, están de acuerdo con esto,
la Iglesia africana no lo está.
Y la Iglesia africana tiene su peso.
Pasa que culturalmente, en África,
este es un tema "verde".
No es un tema que, hoy por hoy,
se toque en las sociedades africanas.
Entonces, hay un punto de fricción,
hay diferencias en la Iglesia Católica.
Según lo que he ido viendo
en los documentos,
creo que en este tema
no va a haber grandes cambios.
Ya se pueden imaginar qué significa
hacer avanzar una tradición
que tiene 2000 años,
3000 podríamos decir si incluimos
nuestras raíces judías.
Cambiar una tradición tan larga
-- tal vez la Iglesia Católica sea la
institución de más edad de la Historia --
es muy complicado pero,
al mismo tiempo, es apasionante
porque se avanza por aquí, no se puede;
se avanza por acá, por ahí, por allá,
se avanza de a poco.
En suma, creo que eso es lo que
está en juego en este momento,
en esta materia que he querido
mencionar como ejemplo.
La diversidad es esencial
en la Iglesia Católica
porque la diversidad tiene que ver
con un Evangelio que solo puede ser
apropiado personalmente,
con la libertad de las personas,
que tenga en cuenta la creatividad
de las personas,
que al final se traduzca en vidas siempre
originales, que no pueden ser repetibles.
Y ahí está la gracia.
Gracias.
(Aplausos)