Juana Ramírez de Asbaje se sentó ante un panel de prestigiosos teólogos, juristas y matemáticos. El virrey de la Nueva España los había invitado para examinar su conocimiento planteándole las preguntas más difícles que pudieron juntar. Y Juana respondió a cada reto con acierto, desde ecuaciones complicadas a cuestiones filosóficas. Los observadores cuentan que la escena parecía "un galeón real abriéndose paso ente unas pocas canoas". La mujer que enfrentó esta interrogación nació a mediados del siglo XVII. En ese entonces, México había sido una colonia española por más de un siglo, que se manejaba en un sistema de clases estratificado y complicado. Los abuelos maternos de Juana nacieron en España, por lo cual fueron miembros de la clase más estimada de México. Pero al nacer fuera de matrimonio, de padre español capitán militar, que abandonó a su madre, Doña Isabel crió sola a Juana y sus hermanas. Por fortuna, los recursos moderados de su abuelo aseguraron que la familia tuviera una vida cómoda. Y Doña Isabel puso un sólido ejemplo a sus hijas, al administrar con éxito una de las dos fincas de su padre, a pesar de ser analfabeta y la misoginia de la era. Quizá fue este precedente que inspiró la firme confianza de Juana. A los tres años, siguió en secreto a su hermana mayor a la escuela. Cuando supo después que la educación superior solo era para hombres, le rogó a su madre que la dejara asistir disfrazada. Con su petición denegada, Juana se consoló en la biblioteca privada de su abuelo. Al inicio de su adolescencia, dominó el debate filosófico, latín y el náhuatl de los aztecas. El intelecto precoz de Juana llamó la atención de la corte real en la Ciudad de México y a sus 16 años, el virrey y su esposa la tomaron como su dama de honor. Allí, sus obras y poemas deslumbraron e indignaron por igual a la corte. Su poema provocativo Hombres necios que acusáis repudia los dobles estándares sexistas, y denuncia cómo los hombres corrompen a las mujeres y a la vez las acusan de inmorales. A pesar de la controversia, su obra seguía inspirando adoración y numerosas propuestas. Pero Juana tenía más interés en el conocimiento que en el matrimonio. Y en la sociedad patriarcal de ese tiempo solo había un lugar para ella: la iglesia, aunque bajo la celosa influencia de la Inquisición española le permitiría conservar su independencia y respetabilidad, sin tener que casarse. A los 20 años, ingresó al Convento Jerónimo de Santa Paula y tomó su nuevo nombre: Sor Juana Inés de la Cruz. Durante años, Sor Juana fue considerada un tesoro preciado de la iglesia. Escribió dramas, comedias y tratados en filosofía y matemáticas, además de música religiosa y poesía. Recopiló una gran biblioteca y la visitaron muchos intelectuales prominentes. Fungió como tesorera y archivista del convento, además de proteger el sustento de sus hermanas y sobrinas de hombres que intentaron explotarlas. Pero su franqueza al final la puso en conflicto con sus benefactores. En 1690, un obispo publicó una crítica privada de un sermón respetado. En esa publicación, exhortó a Sor Juana a dedicarse a la oración antes que al debate. Ella respondió que Dios no le habría dado inteligencia a las mujeres si no hubiera querido que lo usaran. El intercambio capta la atención del arzobispo conservador de México. Poco a poco, privan a Sor Juana de su prestigio, la obligan a vender sus libros y a que deje de escribir. Furiosa de la censura, pero renuente a dejar la iglesia, amargamente renueva sus votos. En su último acto de rebeldía, firma, "Yo, la peor de todas", con su propia sangre. Privada de estudios, Sor Juana se dedica a obras de beneficencia, y el 1695, muere de una enfermedad contraída al cuidar de sus hermanas. Hoy, Sor Juana es reconocida como la primer feminista de América. Es tema de incontables documentales, novelas y óperas y aparece en el billete de 200 pesos en México. En palabras del Nobel Octavio Paz: "No basta decir que la obra de Sor Juana es un producto de la historia: debemos agregar que la historia es también un producto de su obra".